EL MÁS JOVEN OFICIAL DEL
EJÉRCITO PATRIOTA
José Pacheco era un zambo fornido que en tiempos de la Colonia
se desempañaba como herrero en una de las haciendas del Valle de Caracas. Estaba
casado con Dionisia, una hermosa mulata que trabajaba como cocinera en la casa
principal de la hacienda. Les había nacido un niño, inquieto como un potro
salvaje que ya contaba con 10 años de edad y a quien habían bautizado Jacinto
en honor a su abuelo materno.
Corría el año de 1812 y en plena guerra de independencia, la
angustia, la zozobra y la indefinición se habían asentado como aguijones
venenosos en el alma de la mayoría de los habitantes de las provincias que
conformaban para ese entonces la República
de Venezuela.
José, el padre de Jacinto, simpatizó desde un principio con la
causa independentista y estaba decidido a unirse a los patriotas, en parte por
convicción y en parte para borrar el recuerdo de la muerte de su amada
Dionisia, ocurrida ese mismo año a causa del paludismo.
Pero Jacinto, a pesar de su edad, estaba decidido a acompañar a
su padre a la guerra y por más razones que éste le daba a su hijo, él le
respondía invariablemente:
— ¿ Y con quien me vas a dejar si nosotros no tenemos ni amigos
ni familiares?. Además yo te puedo
ayudar mucho en la guerra.
Y José le contestaba:
- ¿Y cómo me vas a ayudar?
Y Jacinto respondía
siempre:
- Pensando, papá, pensando.
Y ahí terminaba la charla, pues José no se sentía animado a
seguir discutiendo con aquel muchacho tan terco ¿Acaso no sabía él que para
entablar combate con los españoles se necesitaba gente adulta, fuerte y
dispuesta a correr el riesgo de morir en el campo de batalla?.
Pero al fin, Jacinto logró su propósito y José le permitió acompañarlo,
no sin antes hacerle prometer que nunca se acercaría al frente de batalla ni se
expondría a ningún peligro.
Y así, ambos se incorporaron al ejército patriota y Jacinto
pronto se ganó el cariño de todos porque estaba siempre dispuesto a colaborar
en lo que se necesitara: aceitaba y pulía las armas de los soldados, ayudaba a
cepillar los caballos y a darles de comer y de beber; y, también, colaboraba con
el cocinero ayudando a repartir la comida y el café entre la aguerrida tropa.
Cuando Bolívar inició la campaña Admirable, José y Jacinto se
incorporaron al ejército Libertador y allí comenzaron las aventuras de aquel
inquieto niño.
Días antes de producirse uno de los famosos encuentros de
aquella campaña, Bolívar le había encomendado a José , que ya tenía el grado de
Sargento mayor, que al frente de un batallón tomara por sorpresa a una columna
española que había acampado cerca de allí; mientras él, con el resto del
ejército, se enfrentaba al grueso de las fuerzas españolas.
La víspera del enfrentamiento, José estuvo todo el día
reflexionando acerca del mejor modo de salir victorioso de la empresa que le
habían encomendado. No se le ocultaba que las fuerzas españolas eran muy
superiores en número y si él no las neutralizaba, pondrían en peligro el triunfo
del Coronel Bolívar en la batalla que se avecinaba.
Viendo a su padre sumido en tan hondas cavilaciones, Jacinto
ideó una manera de ayudarlo a salir airoso de aquel compromiso y en la noche
anterior al combate salió sigiloso del campamento y se dirigió, con muchas
precauciones, al campo enemigo. Una vez allí, burlando la vigilancia de los
centinelas, logró penetrar, arrastrándose, a la tienda donde estaba el
armamento y, con el agua de su cantimplora, empezó a mojar los barriles de pólvora.
Tuvo que hacer varios viajes a un arroyo cercano, hasta lograr dejar
completamente empapada la pólvora contenida en los barriles.
Al amanecer, cansado pero satisfecho, regresó al campamento
donde ya comenzaban a prepararse para la batalla. Se durmió profundamente y
sólo se despertó con la algarabía de los soldados que festejaban la gran
victoria alcanzada. Bolívar también regresó victorioso y durante la celebración
ascendió a José al rango de Capitán del Ejército patriota y el oficial, pletórico
de orgullo, corrió a contarle a su hijo cómo habían sorprendido a los soldados
españoles, los cuales ni siquiera habían podido disparar sus arcabuces.
Jacinto lo escuchó con cierta picardía en su rostro y luego de
felicitarlo por la victoria y por su ascenso, le preguntó maliciosamente:
- ¿ Y seguro que nadie los ayudó ?
Y José se lo quedó mirando sin comprender y, para no ponerse a discutir
con él, dio media vuelta diciéndose para sus adentros:
— O yo me estoy volviendo
bruto o este muchacho está cada día más misterioso ¡cada vez lo entiendo menos!
Y fueron pasando los días y Bolívar continuaba su marcha victoriosa.
En la próxima batalla que les tocó intervenir, el capitán Pacheco también
recibió la discreta pero efectiva ayuda de Jacinto:
Como de costumbre, la noche anterior al combate, amparado en la
oscuridad del bosque, llegó hasta el campamento realista y empezó a arrastrarse
hasta el sitio donde se encontraba el armamento del enemigo. Pero cual no seria
su sorpresa al ver que el parque ahora estaba completamente custodiado por
centinelas.
- Imposible llegar hasta allí - se dijo mentalmente. Retrocedió
sigilosamente hasta el bosque y se puso a reflexionar. No habían pasado muchos
minutos cuando recordó que por allí era muy abundante una hierba con la cual su
madre, Dionisia, acostumbraba a prepararle un bebedizo para que expulsara los
parásitos del cuerpo.
Enseguida reunió un montón de tales hierbas, las exprimió
como pudo, retorciéndolas con las manos hasta que llenó su cantimplora con el
líquido que obtuvo de ellas. Con la cantimplora en sus manos, se encaminó nuevamente al campamento de los españoles y se
dirigió decididamente al fogón donde reposaba la olla con el café, vertió en
ella el contenido de la cantimplora y, tan sigilosamente como había llegado,
regreso a su campamento y se acostó tranquilamente a dormir.
No había terminado todavía la mañana, cuando la tropa regresó
del campo de batalla. Entre gritos de alegría y grandes carcajadas comentaban
eufóricos cómo los soldados españoles apenas los divisaban soltaban sus armas y
se internaban presurosos en los bosques y matorrales, huyendo de la furia de
los valientes patriotas. Jacinto los oía hablar y reírse y decía para sus
adentros:
- Pobrecitos españoles, todavía deben estar sintiendo los
retortijones de tripas producto del laxante que les di a tomar…
El ejército patriota siguió triunfante hasta la capital y en
cada batalla Jacinto ideaba algo para ayudar a su padre a derrotar al enemigo.
En Caracas, le fue otorgado a Bolívar el honroso título de “Libertador de Venezuela”.
Este a su vez reconoció el valor de sus soldados y concedió condecoraciones y
ascensos a los más destacados.
José fue ascendido a Coronel por el valor y el arrojo mostrado
durante la campaña y por la contribución a la victoria de la causa patriota. Jacinto,
que presenciaba el acto y sonreía complacido, se sintió súbitamente alarmado cuando
se percató de que el propio Simón Bolívar, el Libertador, se dirigía a él, precisamente
a él, en los siguientes términos:
- Soldado Jacinto, has sido el más valiente y astuto combatiente
de esta contienda. Toda la tropa estuvo siempre al tanto de tus hazañas. Tu
padre, el Coronel Pacheco, desde que te incorporaste
a nuestro ejército, le encomendó a un soldado que se encargara de protegerte y
él te seguía sin que tu te percataras. El nos ha relatado todo lo que has hecho
en favor de nuestra causa. Soldados como tú son un orgullo para el ejército
patriota. Desde ahora serás el teniente Pacheco y servirás a mi lado para que
me asesores, con tu inteligencia y con tu astucia en tácticas de guerra, para
poder vencer a nuestros enemigos los españoles.
Jacinto, emocionado, recibió del Libertador las insignias de
teniente y se cuadró militarmente ante él. Entonces dio me día vuelta y corrió
velozmente hacía su padre y ambos se abrazaron estrechamente, entre los vítores
y aplausos de toda la tropa y del propio Bolívar. Luego, todavía abrazados, se
dirigieron a paso lento al campamento patriota, prestos a esperar otra
oportunidad para demostrar nuevamente sus dotes de soldados excepcionales.
Jacinto continuó siempre al lado de Bolívar y logró calmar sus
ansías de patriota ejemplar al intervenir destacadamente en la batalla final
por la liberación de Venezuela del yugo español, ocurrida el 24 de Junio del
año de 1821, en los campos de Carabobo.
Jesús Núñez León
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