sábado, 14 de mayo de 2016

EL BESO DEL COLIBRÍ





EL BESO DEL COLIBRÍ

Hace años, muchísimos años, vivió un poderosisimo Rey de nombre Aidamo, cuyos vastos dominios se extendían mucho más allá de donde se juntan cielo y tierra, abarcando por igual ambas márgenes de un inmenso río llamado Wirinoko.
Tenía este Rey una hija, la princesa Tokoyo, que era la más bella criatura que hubiera contemplado jamás mortal alguno. Sus ojos de azabache resplandecían al reír y sus bucles de terciopelo semejaban el más bello concierto de alas de angoletas.
Pero Aidamo había dispuesto que la princesa Tokoyo sólo podría ser desposada por aquel príncipe que fuera tan poderoso y rico como él, para así formar el más grande y temido imperio que se hubiera conocido jamás sobre la faz de la tierra.
La princesa, que tenía un alma noble, sensible y generosa, amaba entrañablemente la naturaleza y cada mañana solía visitar los espléndidos jardines que rodeaban el palacio real, admirando la belleza de las flores, enterneciéndose con el canto melodioso de los miles de pájaros que allí habitaban y regocijándose con el multicolor encanto de la frondosa vegetación que la rodeaba.
Estos jardines estaban solícitamente atendidos por un joven jardinero que el Rey había hecho traer de un valle encantado, situado más allá de los mares, donde crecían orquídeas y flores tan bellas y exóticas como nunca nadie hubiera imaginado.
Domu Sanuka, que así se llamaba el jardinero, contemplaba, admirado, todos los días a la princesa; y decía para sus adentros.
De todas las flores que han deleitado a mis ojos, es ésta la más preciosa. . . ¡Ojalá pudiera tenerla siempre en mí jardín, para cuidarla y adorarla eternamente…!
Pero Domu Sanuka, que conocía el mandato del Rey, se conformaba con mirar a Tokoyo desde lejos y nunca se había hecho visible a su presencia; hasta que un día, cediendo a los impulsos de su gran admiración , que ya se había convertido en amor puro y sincero, se presentó ante la bella princesa, llevando en sus manos la flor más hermosa del jardín; y , con el corazón saltándole en el pecho, se la ofreció en silencio a la princesa, la cual, sorprendida, clavo sus ojos bellísimos en los ojos del jardinero y pudo descubrir en ellos el sublime sentimiento de adoración que inundaba el alma de Domu Sanuka.
Y desde allí, cada mañana, Domu Sanuka  esperaba a la princesa Tokoyo con la flor más bella del jardín en su mano y ella la recibía, emocionada y complacida; y coquetamente la colocaba en su negrísimo y sedoso cabello.  Y se miraban largo rato en silencio, sintiendo cómo las flechas de la pasión asaeteaban, insistentes, sus cuerpos jóvenes y hermosos.
Y Domu Sanuka y Tokoyo se entregaron al fin el uno al otro. Vivieron durante muchos días y noches, el romance más puro, más ardiente y más dichoso, que hubiera vivido jamás pareja alguna, desde los tiempos del primer hombre y de la primera mujer sobre la faz de la tierra.
Pero como es poco lo que dura la dicha en el corazón de los mortales, Aidamo se  enteró de aquel romance y, montando en gran cólera, invocó de los Dioses un castigo ejemplar para su hija y para el insensato traidor.
Y los Dioses escucharon las súplicas del soberano; pero, como ellos veían  con buenos ojos el amor sincero de la pareja, quisieron imponer  un castigo que no los separara para siempre y que mantuviera viva la llama de una esperanza para los desgraciados amantes.
Los Dioses deliberaron durante muchas lunas y al fin designaron   a Naja, Diosa de la lluvia y protectora de la princesa, para que comunicara a la atribulada pareja la decisión que habían tomado.
Domu Sanuka – Dijo Naja  serás transformado en pájaro. Desde este momento serás un colibrí, y Tokoyo se convertirá en flor, cuyo nombre ningún mortal conocerá. El encantamiento terminará cuando, en tu andar de colibrí logres encontrar y beber del néctar de la flor que será Tokoyo, la cual nacerá en un sitio cualquiera de la tierra. Así fue dispuesto y, a pesar de que mi corazón vierte lágrimas de dolor por ustedes, así se cumplirá
No, bien hubo Naja terminado de hablar, cuando Domu Sanuka, ante el horror de Tokoyo, comenzó a retorcerse y a empequeñecerse y, casi al instante, quedó convertido en un pequeño y lindo colibrí, de tonalidades verdiazuladas. Mas, cuando el diminuto pajarito miró, angustiado, hacía la princesa Tokoyo, ésta ya había desaparecido irremediablemente.
Desde ese día Naja llora silenciosamente, por las noches, la infinita desgracia de los amantes y sus lágrimas de Diosa forman el rocío que, como gotas de plata, contemplamos admirados en cada hoja y en los pétalos de cada flor por las mañanas.
Y desde entonces anda el colibrí, en nervioso y desesperado vuelo, besando a cada flor que halla en su camino, con la esperanza de encontrar algún día a su amada Tokoyo, para que cese, así, el encantamiento divino y lograr  al fin reunirse con ella para poder vivir su amor eternamente.
NOTA: Los nombres extraños al idioma español que aparecen en este cuento, pertenecen a la bella lengua de los Waraos, étnia indígena venezolana. Las respectivas traducciones, que me fueron proporcionadas hace unos 30 años por el colega Renán Golindano, son las siguientes:

AIDAMO: Jefe
DOMU - SANUKA: Pajarito
NAJA: Lluvia
TOKOYO : Flor
WIRINOKO: Rio Orinoco.
     
                                                        Jesús Núñez León



















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