EL BESO DEL COLIBRÍ
Hace años, muchísimos años, vivió un poderosisimo Rey de nombre
Aidamo, cuyos vastos dominios se extendían mucho más allá de donde se juntan
cielo y tierra, abarcando por igual ambas márgenes de un inmenso río llamado
Wirinoko.
Tenía este Rey una hija, la princesa Tokoyo, que era la más bella
criatura que hubiera contemplado jamás mortal alguno. Sus ojos de azabache
resplandecían al reír y sus bucles de terciopelo semejaban el más bello
concierto de alas de angoletas.
Pero Aidamo había dispuesto que la princesa Tokoyo sólo podría ser
desposada por aquel príncipe que fuera tan poderoso y rico como él, para así
formar el más grande y temido imperio que se hubiera conocido jamás sobre la
faz de la tierra.
La princesa, que tenía un alma noble, sensible y generosa, amaba
entrañablemente la naturaleza y cada mañana solía visitar los espléndidos jardines
que rodeaban el palacio real, admirando la belleza de las flores,
enterneciéndose con el canto melodioso de los miles de pájaros que allí habitaban
y regocijándose con el multicolor encanto de la frondosa vegetación que la
rodeaba.
Estos jardines estaban solícitamente atendidos por un joven jardinero
que el Rey había hecho traer de un valle encantado, situado más allá de los
mares, donde crecían orquídeas y flores tan bellas y exóticas como nunca nadie hubiera
imaginado.
Domu Sanuka, que así se llamaba el jardinero, contemplaba,
admirado, todos los días a la princesa; y decía para sus adentros.
De todas las flores que han deleitado a mis ojos, es ésta la más
preciosa. . . ¡Ojalá pudiera tenerla siempre en mí jardín, para cuidarla y
adorarla eternamente…!
Pero Domu Sanuka, que conocía el mandato del Rey, se conformaba
con mirar a Tokoyo desde lejos y nunca se había hecho visible a su presencia;
hasta que un día, cediendo a los impulsos de su gran admiración , que ya se
había convertido en amor puro y sincero, se presentó ante la bella princesa,
llevando en sus manos la flor más hermosa del jardín; y , con el corazón
saltándole en el pecho, se la ofreció en silencio a la princesa, la cual,
sorprendida, clavo sus ojos bellísimos en los ojos del jardinero y pudo
descubrir en ellos el sublime sentimiento de adoración que inundaba el alma de
Domu Sanuka.
Y desde allí, cada mañana, Domu Sanuka esperaba a la princesa Tokoyo con la flor más
bella del jardín en su mano y ella la recibía, emocionada y complacida; y
coquetamente la colocaba en su negrísimo y sedoso cabello. Y se miraban largo rato en silencio, sintiendo
cómo las flechas de la pasión asaeteaban, insistentes, sus cuerpos jóvenes y
hermosos.
Y Domu Sanuka y Tokoyo se entregaron al fin el uno al otro. Vivieron
durante muchos días y noches, el romance más puro, más ardiente y más dichoso,
que hubiera vivido jamás pareja alguna, desde los tiempos del primer hombre y
de la primera mujer sobre la faz de la tierra.
Pero como es poco lo que dura la dicha en el corazón de los
mortales, Aidamo se enteró de aquel
romance y, montando en gran cólera, invocó de los Dioses un castigo ejemplar
para su hija y para el insensato traidor.
Y los Dioses escucharon las súplicas del soberano; pero, como ellos
veían con buenos ojos el amor sincero de
la pareja, quisieron imponer un castigo
que no los separara para siempre y que mantuviera viva la llama de una
esperanza para los desgraciados amantes.
Los Dioses deliberaron durante muchas lunas y al fin designaron a Naja, Diosa de la lluvia y protectora de la
princesa, para que comunicara a la atribulada pareja la decisión que habían
tomado.
Domu Sanuka – Dijo Naja serás transformado en pájaro. Desde este
momento serás un colibrí, y Tokoyo se convertirá en flor, cuyo nombre ningún
mortal conocerá. El encantamiento terminará cuando, en tu andar de colibrí
logres encontrar y beber del néctar de la flor que será Tokoyo, la cual nacerá
en un sitio cualquiera de la tierra. Así fue dispuesto y, a pesar de que mi
corazón vierte lágrimas de dolor por ustedes, así se cumplirá
No, bien hubo Naja terminado de hablar, cuando Domu Sanuka, ante
el horror de Tokoyo, comenzó a retorcerse y a empequeñecerse y, casi al
instante, quedó convertido en un pequeño y lindo colibrí, de tonalidades
verdiazuladas. Mas, cuando el diminuto pajarito miró, angustiado, hacía la
princesa Tokoyo, ésta ya había desaparecido irremediablemente.
Desde ese día Naja llora silenciosamente, por las noches, la
infinita desgracia de los amantes y sus lágrimas de Diosa forman el rocío que,
como gotas de plata, contemplamos admirados en cada hoja y en los pétalos de
cada flor por las mañanas.
Y desde entonces anda el colibrí, en nervioso y desesperado
vuelo, besando a cada flor que halla en su camino, con la esperanza de
encontrar algún día a su amada Tokoyo, para que cese, así, el encantamiento
divino y lograr al fin reunirse con ella
para poder vivir su amor eternamente.
NOTA: Los nombres extraños al idioma español que aparecen en este cuento,
pertenecen a la bella lengua de los Waraos, étnia indígena venezolana. Las
respectivas traducciones, que me fueron proporcionadas hace unos 30 años por el colega Renán Golindano, son las siguientes:
AIDAMO: Jefe
DOMU - SANUKA: Pajarito
NAJA: Lluvia
TOKOYO : Flor
WIRINOKO: Rio Orinoco.
Jesús Núñez León
No hay comentarios:
Publicar un comentario