sábado, 14 de mayo de 2016

EL VALLE DE GUAICARIÑO


EL  VALLE  DE   GUAICARIÑO

Guaicariño era un indiecito que vino al mundo en la época de la conquista. Eran tiempos de avatares y de angustias para la población indígena, la cual se veía obligada a huir de un lado a otro, por el continuo hostigamiento de los conquistadores españoles.

Guaicariño, que amaba entrañablemente a la naturaleza, no entendía muy bien por qué su gente vivía en esa zozobra permanente. Cada vez que debían huir de un sitio, él se preguntaba:
- ¿Por qué tener que irnos si aquí abundar la caza y peces para la pesca? ¿Por qué no haber paz entre indios y blancos, si aquí sobrar espacio para todos vivir?

La situación de inseguridad en que vivían y el amor que sentía por los bosques, ríos y montañas; hacían que apenas se instalaban en un lugar, Guaicariño saliera a explorar los alrededores. Disfrutaba de las aguas de los ríos, pescaba, cazaba y cocinaba en el bosque su propia comida; conocía el sabor de todos los frutos silvestres; y admiraba las grandes montañas y se preguntaba si subiendo a ellas podría tocar el cielo con sus manos. A veces se quedaba dormido contemplando las estrellas y escuchando los miles de ruidos de la selva, tratando de identificar cada uno de ellos.

Un día, al regresar del bosque donde había ido a cazar, Guaicariño se detuvo, consternado por lo que veía. El campamento de los suyos había sido abandonado. Su tente había tenido que huir una vez más, ante e! peligro que representaban los españoles. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero inmediatamente se repuso. Tenía que ser fuerte. Sus padres le habían enseñado a sobreponerse al miedo. ¡Tenía que sobrevivir para encontrar a los suyos!

Desde entonces, Guaicariño se dedicó a caminar por los bosques, llanuras y montañas: con la firme determinación de encontrar a su gente. En sus andanzas, había descubierto un lugar maravilloso para vivir. Era el valle más verde que hubiera visto en su vida. Todo allí era esplendoroso, los pájaros entonaban las más bellas melodías, la caza era abundante; y había ríos de aguas cristalinas y lagos que semejaban pedacitos de cielo. ¡Si su pueblo pudiera asentarse en este lugar, no lo abandonaría jamás! Guaicariño decidió  vivir  en  aquel  valle y  salía  a  explorar  durante días y noches  en busca de los suyos, pero siempre regresaba a lo que el llamaba el valle de  sus sueños.

Cierta vez que salía del mismo, advirtió con horror que una patrulla de españoles había acampado cerca de allí. Su primer impulso fue el de abandonar su campamento, pero luego recapacitó,  no  huiría  más.  Nadie en el mundo lo  obligará a dejar el  valle de sus Sueños. Regresó a la cueva que le servía de refugio y entonces recordó que una manada de     tigres anduvo merodeando por los alrededores la tarde anterior. Tomó su arco y sus flechas y se dispuso a ir de cacería, con tan buena suerte que enseguida logró cazar un venado de muy buen tamaño. Lo arrastró como   pudo hasta la cueva y procedió a quitarle la piel y a descuartizar al animal. Una vez hecho esto, tomó un gran trozo de carne y lo colocó al pie de la montaña con la intención de atraer a la manada de tigres. Comenzó a vigilar y muy pronto vio cómo los tigres se abalanzaban sobre el pedazo de carne, peleándose  por él. Tomó entonces la piel del venado, se la colocó encima a manera de disfraz, se amarró a la cintura otro pedazo de carne y emprendió veloz carrera, pasando cerca de los tigres, rumbo al campamento de los españoles.

Los tigres pensaron, ¡qué venado tan extraño!; pero al olfatear la carne fresca empezaron a perseguir al supuesto venado. Guaicariño sentía a los tigres correr tras él e imprimió mayor velocidad a su carrera. Al llegar al campamento español, se quitó con rapidez la piel de venado y la lanzó, junto con el trozo de carne, en medio de los asombrados españoles, quienes huyeron despavoridos al ver aquella manada de tigres hambrientos que se les venía encima. Guaicariño se destornillaba de la risa a! ver cómo corrían los españoles por el valle cuando sintió  el ruido de gente que corría hacia él,  lleno de terror iba a emprender la huida, cuando se percató de que eran guerreros indígenas los que se acercaban. Formaban parte de una patrulla que se encontraba al acecho de los españoles, esperando el momento preciso para atacarlos y cuyos integrantes presenciaron admirados como Guaicariño sin ayuda de nadie los hizo huir de la región.

Lo felicitaron todos por su astucia y su valor, y colocaron sobre su cabeza el  penacho de plumas que identifica al guerrero indígena. Muy contento, Guaicariño  los invitó a su cueva y comieron el resto del venado que había cazado y que había servido para ahuyentar a los  españoles. Durante la comida, Guaicariño les contó sus desventuras y con sorpresa vio cómo los indios empezaron a despojarse de sus penachos y a lavarse las caras; y. entonces, la emoción más grande se  adueñó del corazón de Guacariño eran indígenas de su propia tribu a quienes no había reconocido por la pintura de sus rostros y por los grandes penachos de  plumas que portaban.

Ellos  tampoco   lo  habían   reconocido  a  él, porque durante  el  tiempo  que   había  pasado Guaicariño  había  dejado de  ser  un  niño   y  se  había   convertido   en  un  fuerte  y  robusto   mocetón.  Guaicariño  preguntó  entonces  por  sus  padres  y  le   respondieron   que  vivían   todos  al  otro  lado de  las  montañitas.

Los indígenas, por su parte tampoco lo habían reconocido a él; porque durante el tiempo que había pasado, Guaicariño había dejado de ser un niño, se había convertido en un fuerte y robusto mocetón.  Guaicariño preguntó entonces por sus padres y le respondieron que todos vivían al otro lado de las montañas, y añadieron con tristeza:

-Pero pronto no seguir allí. La caza acabar, la pesca acabar y nosotros pronto morir de hambre.

Entonces Guaicariño, recordando al valle de sus sueños, los condujo a través de la cueva a la entrada del mismo. Los indios quedaron maravillados ante el hermoso espectáculo que se ofrecía a sus ojos: ¡la más Inmensa  variedad de frutos silvestres, la caza más variada y apetecida: venados, báquiros, conejos y lapas,  bebiendo en un inmenso lago con un imponente torrente de agua que caía desde la montaña.

Muy alegres, salieron bien temprano en busca de los demás integrantes de la tribu. Los padres de Guaicariño lloraron de emoción, por haber recuperado a su  hijo y toda la población supo de las hazañas de Guaicariño, quien desde entonces vivió  feliz,  rodeado del respeto y de la admiración de todos.  A la muerte de cacique, ocurrida tiempo después, la tribu lo eligió por unanimidad como su sucesor. Y el Gran Cacique Guaicariño supo conducir a su pueblo por los senderos del bienestar y del progreso.

Jamás los españoles regresaron por aquellos lugares, porque ellos habían bautizado al sitio como “El valle de los tigres hambrientos”, mientras que para los indígenas fue para siempre “El valle de Guaicariño”.

                                                  Jesús Núñez León.


























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