LA INCREIBLE Y VERÍDICA HISTORIA DE VIVARACHO, EL NIÑO QUE NACIÓ POETA
Hola. amiguitos, les presento a Vivaracho. El es un niño de siete años que nació poeta. Cuando lo conocí, estaba llorando aferrado al portón de su escuela y le escribí el siguiente poema:
¿Qué tendrá aquel niño
qué tendrá, mi Dios;
que llora de pena
en aquel portón?
que llora de pena
en aquel portón?
Angelito tierno,
querubín de harina,
con los ojos llenos
de agua cristalina.
Venga acá mi niño
¡quitipón mojado!
llore con su amigo
que yo le acompaño.
¿Fue por su uniforme
roto y arruado
que de él se han reído
que de él se han mofado?
¿Por qué le hacen esto
al niño más dulce
que tiene el colegio?
¿Será porque el dulce
que hay en su interior
no es dulce de azúcar,
es de papelón?
¿Quién no siente arrugas
en el corazón,
cuando mira a un niño
que llora de pena
porque su escuelita
le cerró el portón?
Y lo convencí para que no continuara llorando, diciéndole:
- Vivaracho las lágrimas de un niño son perlas muy valiosas y no
es bueno dejarlas brotar para
que sean consumidas
por el polvo del camino.
Y Vivaracho enseguida dejó de llorar y, con voz dulce y
entrecortada, de su vida
me empezó a hablar. Me contó, con tristeza, que sus padres habían muerto, que estaba viviendo con una
señora muy pobre que le había dado cobijo en su casa y que él iba a la escuela
porque quería aprender todas las cosas que no sabía: por qué las nubes
corrían, por qué el cocuyo alumbraba y por qué la mar rugía.
Y a mi casa conmigo lo llevé, su franelita del colegio le lavé y
su arrugado pantaloncito le planché. Y lo vestí, mientras
tanto, con una de mis camisas y nos reímos muchísimo porque, de lo grande
que le quedaba, la camisa por el suelo le arrastraba.
Y merendamos con pan y con queso y bebimos jugo de naranja: y
noté cómo Vivaracho se fortalecía y se animaba, ¡cuánta hambre acumulada debía
tener aquel inocente!
Después
de comer, apoyados ambos codos sobre la mesa y descansando su carita entre las manos,
Vivaracho se quedó mirándome con sus grandes y dulces ojos y me dijo de pronto:
-
¿Quiere ser mi padrino?
Y yo,
totalmente emocionado, le contesté:
Seré tu padrino,
tu serás mi ahijado;
padrino y ahijado,
ahijado y padrino;
la misma esperanza,
el mismo camino.
Y Vivaracho se puso
muy contento y me
abrazó y dos
lágrimas rodaron por
sus pálidas mejillas.
Me dijo que
lloraba de alegría,
porque al fin
había hallado a
alguien que lo
quisiera, que ya
no sería tan
huerfanito porque al menos tenía
un padrino. Y
entonces, recitó lo
siguiente:
Mamá se acostó,
mamá se durmió;
me encuentro solito
y mi corazoncito
no aguanta el
dolor.
Mamá se durmió
¿quién me cuidará
si ayer mi papá
también se marchó?
Mamá se acostó,
mamá se durmió;
¡papá se murió!
¡mamá se murió!
Y ambos lloramos
por sus padres
muertos y llora
que llora, se
durmió en mi
pecho; y como
quien lleva un
frágil muñeco, con
delicadeza lo acosté
en mi lecho. Después
lo arropé y
cuando lo arropaba
¡qué tierna sonrisa
de su alma
flotaba! Y una
honda ternura invadió
mi ser y me
prometí por siempre
cuidarle y que nunca,
nunca iba a
abandonarle.
Y con la
determinación, ya tomada,
de ayudar a
aquel niño y
con la tranquilidad
de conciencia que
proporciona el saber
que se está
realizando una buena
acción, me dispuse
también a dormir,
porque el cuerpo
necesita descansar y
acumular energías para
enfrentar las tareas
que le esperan
al otro día.
Y cuando me
dormí, mi mente
soñaba que un
hijo bendito el
Señor me daba;
y que Vivaracho
también se llamaba…
Nos despertamos
muy temprano y
Vivaracho, después de
decirme “la bendición
padrino”, exclamó:
Amanecer
¡que bella palabra!
juegan a concierto,
los grillos del
alba,
los pájaros trinan
y la selva
canta.
Y yo pensé: “este
niño es un
poeta de verdad”.
Y para estar
a tono con
él, dije:
Quien temprano se
levanta,
sorprende al alba
dormida,
a la noche que se marcha
y al despertar de la
vida.
Quien temprano se levanta,
ve el rocío en los
capullos,
oye el canto de la
fauna,
ve el huir de los
cocuyos.
Ve los rizos
de la aurora,
que el sol
peina de reflejos;
siente el goce de la
flora
¡y el llorar
de los luceros!
Y se quedó pensativo,
¡quien sabe qué
cosas bullían en
su cabecita despeinada! Y, para
animarlo, le dije:
Dos cosas me
impresionaron
la vez que
te conocí:
unos ojos como
platos
y tu mocosa
nariz.
Y riéndose mucho
salió corriendo a
bañarse, mientras yo
me disponía a
preparar el desayuno.
Y él desde
el baño y yo de la
cocina, seguimos conversando
e inrtercambiándonos poemas.
Él me habló
del agua que
en ese momento sobre
su cuerpecito caía
y yo del
huevo de gallina
que en ese
instante le freía:
EL AGUA
|
EL HUEVO
|
|
El agua
es la fuente
sin par
de la vida,
la savia
potente
que Dios
nos envía.
Preciosa y
vital,
recibe mi halago,
seas de
manantial,
de río
o de lago.
El agua
de mar,
azul de
mis sueños;
edredón de sal,
de infinitos
dueños.
La lluvia
es licor,
que
la tierra clama;
lágrimas de
amor,
que el
cielo derrama.
Sin el
agua, es cierto,
nada crecería,
y un
mundo desierto;
el nuestro
sería.
|
Casita sellada,
con
la vida adentro;
paredes pintadas
de
blanco color;
clara y
amarilla,
tu decoración,;
eres maravilla
de
la creación.
Casita sellada,
con
la vida adentro;
precioso alimento,
¡síntesis de amor!
|
Y le hablé
de las vitaminas que
contenían los alimentos
del desayuno que
preparaba: y él,
ya vestido y
asomado a la
ventana, me habló
de la belleza
de la vida:
LAS
VITAMINAS
|
LA
VIDA
|
|
Necesarias en extremo,
así son las vitaminas;
y tomar muchas debemos, si no el
cuerpo no se anima.
Alimentos hay muy buenos,
que vitaminas contienen; como
ejemplo citaremos. aquellos que más las tienen.
La zanahoria contiene A,
el hígado y la leche B, espinaca y
tomates K.
naranja y limones C.
El pescado muchas tiene,
pero en él reina la E;
las frutas, la P contienen
y el sol activa la D.
Por último, te aconsejo
una dieta balanceada;
si quieres llegar a viejo,
sin la salud quebrantada.
|
La vida, ¡qué bella es!, ¡milagro
del Creador!, ¡espectáculo bullente!
¡la maravilla de Dios!
Los cocuyos son los ojos
de angelitos que nos miran, los grillitos
son el coro celestial que Él nos envía.
La lluvia, la bendición;
la primavera, alegría;
y la luz es la esperanza,
que da frutos cada día.
|
Después de
desayunar, salí y le compré
ropa y zapatos
a Vivaracho. Luego,
lo inscribí en una nueva escuela, cercana
a mi casa; y después,
fui a notificarle a
la señora en
cuya casa vivía
Vivaracho, de mi
disposición de adoptarlo
como hijo. Los
vecinos se alegraron
mucho con la noticia
y me contaron
que la malvada
señora explotaba tanto
a Vivaracho, que
hasta le hacía
realizar labores de
pordiosero. Ya en
el trayecto a mi
casa, escribí el
siguiente poema:
EL PORDIOSERITO
Una
lismosnita
por
amor de dios;
una
limosnita
denme, por
favor.
El
alma desagarra
escuchar su
voz,
¡pidiendo limosnas,
un
niño, señor!
Un metro tan sólo,
levanta del
suelo,
tendrá unos
cinco años,
¡y
ya es pordiosero!
Y
le di mi abrigo,
y
le di mi
pan,
y
le di un
abrazo
como
de papá.
Y,
así, por instantes
lo
tuve abrazado;
para
que no viera
mi
rostro mojado.
Y
cuando se fue,
atisbé un
sonrojo;
y
una lagrimita,
¡danzaba en
sus ojos!
Vivaracho se contentó
mucho por la
ropa y los
zapatos que le
compré. Después me
llevó hasta la
cocina y me
sirvió un vaso
de jugo de
mango, bien frío,
que había preparado
en mi ausencia.
¡Qué sabroso estaba!
Mientras lo bebía,
Vivaracho me recitó
un poema que
tituló “El Manzano”,
y me extrañó muchísimo que
me fuera a
hablar del manzano,
si lo que
estábamos tomando era
jugo de mango;
pero al oír
la última estrofa,
comprendí por qué lo
hacía y dije
para mis adentros:
“que niño tan
inteligente”.
EL MANZANO
El
manzano está rabioso
bota
las hojas, bota
las hojas.
De
la furia se
estremece,
y
de sus ramas
se despoja.
El manzano está celoso,
porque oyó decir a un niño
que el mango era más sabroso.
El manzano está celoso,
porque oyó decir a un niño
que el mango era más sabroso.
Como Vivaracho tenía que asistir a su nueva escuela el lunes
siguiente, decidí invitarlo, el domingo
previo, a un baño de mar en una playa distante algunos kilómetros del pueblo.
El se puso contentísimo y en el camino comenzamos a hablar de
todos los carros que conocíamos, de los de verdad y de los de juguete también.
Él me describió un carrito que había construido hacía algún
tiempo:
Una tabla lo formaba
y cuatro ruedas de jabillo;
con una cuerda lo halaba,
era el carro de un chiquillo.
Y yo le respondí a mi vez:
Un simple clavito
y un palo de escoba;
y tienes un carrito
de tapa’e perola.
Y así, hablando y riendo, llegamos a la playa, que era de arena
fina y muy blanca. Y recordando mis tiempos de niño, le dije a Vivaracho:
Tenía yo unos diez años
y no conocía el mar;
y mis padres acordaron
en él irnos a bañar.
Mi equipaje acomodé
la noche antes de salir;
y temprano me acosté,
pero no pude dormir.
Y cuando estuve trente al mar
y vi su azul uniforme;
fui sincero al exclamar.
¡qué laguna tan enorme!
Y me quedé esperando la risa de Vivaracho y miré hacia él. Se
encontraba extasiado, como en trance, mirando al mar. Y pensé que se había
entristecido por la mención que hice de mis padres, que a lo mejor le
recordaron su condición de huerfanito. Pero Vivaracho, como quien sueña
despierto, con dulce y clara voz comenzó a declamar::
¡Qué bella es la tarde
cuando el mar refleja,
la luz moribunda
del sol que se aleja!
iQué bella es la tarde
frente al mar en calma!
Todo el sentimiento
nos brota en oleadas
y aquella quietud,
tranquiliza el alma.
Disfrutamos toda la tarde de las delicias del mar, comimos
ostras con jugo de limón y empanadas de cazón
y bebimos guarapo de papelón con limón: e hicimos un castillo de arena, que de
tan alto, tan alto, se vino abajo; y reímos a más y mejor; y corrimos y
corrimos bastante por la playa.
Y ya al caer de la tarde, cansados pero felices, emprendimos el
regreso a casa. Y Vivaracho dijo, durante el camino: “Gracias padrino, nunca
había sido tan feliz en mi vida”. Y yo, abrazándolo, lo estreché contra mi
corazón; y Vivaracho durmió, así, el
resto del trayecto.
Al llegar a casa, lo llevé cargado hasta su cama y, entre dormido
y despierto, me dijo: “Padrino, cuéntame un cuento”. Y yo, que tenía años sin
oír ni contar un cuento, acordándome de uno le dije:
EL COMETA
Desde el cielo azul bruñido,
un cometa, muy chiquito.
se ha caído;
y una niña, muy bonita,
lo ha encontrado en su camino,
aporreado y mal herido,
por el golpe recibido.
Y lo cuida con esmero,
amor
y con cariño;
y el cometa, agradecido,
su larga cola le cede,
para que se haga un vestido.
La niñita, emocionada,
en la frente le da un beso:
y el cometa, con e! beso,
en mortal se transformó.
No podrá regresar ya,
dijo adiós a sus papás
y en la tierra se quedó.
Desde entonces,
cada siglo,
cada siglo que ha pasado,
el cometa es saludado
por su padre y por su madre,
con el cielo iluminado;
y una estela muy brillante,
es la huella que han dejado.
Y este cuento,
y este cuento,
este cuento, se ha acabado.
- ¿Te gustó? — Le pregunté. Pero ya Vivaracho se hallaba profundamente
dormido. Le di un beso en la frente, lo cobijé y me fuí yo también a acostar,
pues al día siguiente había que levantarse muy temprano, para que Vivaracho
asistiera puntualmente a la escuela.
Y se fue al colegio contentísimo: bañadito, peinadito y con su
uniforme planchadito: y al regresar no paraba de hablar de su nueva escuela:
que si la maestra, que si los números,
que si las letras…
Me dijo que la maestra les había leído un cuento en forma de
poema, que se llamaba “La Isla de la Alegría” y que dice así:
En una isla del Mar Caribe,
un pirata solo vive.
Es muy huraño y a los extraños
con disparos los recibe.
Una mañana halló en la playa
a un niñito que moría.
Y lo cuidó y se convenció
de que el niño viviría.
Le hizo una casa,
con una plaza,
donde el niño jugaría.
Y él sentadito
en su silloncito,
de la puerta lo vería.
Y desde allí, fue muy feliz
el pirata que reía
las travesuras y mil diabluras
del niño que era su vida.
Más no fue huraño
y a los extraños
con abrazos recibía.
Y cuenta la gente.
que era tan frecuente
que el pirata se reía,
que su isla amada,
fue bautizada
como “isla de la Alegría”
Cierto día. Vivaracho
regresó triste de la escuela, porque según dijo le había dicho una mentira a un
niñito que lloraba
porque le habían
llamado “negro”, en
forma despectiva:
Un niñito negro estaba,
desolado en un banquito;
y yo que lo contemplaba,
le dije así al muchachito:
No llores más amiguito,
no me
importa tu color;
por ti siento el mismo amor,
que siento por mi hermanito.
- Tu sabes que yo no tengo hermanitos, pero el pobre niñito se
lo creyó y se alegró mucho con lo que le dije.
- Vivaracho — le respondí con ternura — A veces las mentiras
pueden justificarse. Se llaman “mentiras piadosas” y se utilizan para evitar un
daño a un semejante. Si tu hiciste feliz a ese niñito con lo que le dijiste,
entonces estas justificado por cuanto así evitaste que él continuara llorando y
afligido. Pero no se debe abusar del uso de las mentiras piadosas y sólo deben
utilizarse cuando no queda más remedio. En este caso has hecho muy bien, porque
nunca se deben discriminar a las personas y mucho menos por su color. Además,
si llamaste a ese niñito “negrito”, en forma cariñosa, así está bien que lo
hagas, vero los motes dichos en forma despectiva o de burla, nunca deben
usarse. Y recuerda — le dije sonriendo- que tu también eres bastante trigueñito.
Vivaracho sonrío me dijo que había comprendido todo lo que le había
dicho, que él jamás diría una mentira de ahora e adelante y que nunca se dirigiría
a un semejante en forma burlona despectiva o irrespetuosa.
Se dirijo a su habitación
y pasó allí toda la tarde haciendo las tareas que la maestra le había encomendado: una plana de las letras
vocales y repasar los números del uno al veinte.
Después de cenar, nos sentamos en un banco del jardín y
estábamos contemplando las estrellas del cielo, cuando le manifesté que al día
siguiente comenzaría a realizar los trámites necesarios para adoptarlo como
hijo.
El pobre niño se me quedó mirando fijamente y dos gruesas
lágrimas resbalaron por sus bronceadas mejillas. Me abrazó en silencio y yo,
conteniendo las ganas de llorar también, le dije:
- No seas tonto Vivaracho, ¿por qué lloras? ¿es que acaso no
deseas ser mi hijo? Y él respondió que si, moviendo de arriba abajo su cabecita,
puesto que era incapaz de articular palabra alguna, tal era la intensidad de la
emoción que lo embargara.
Y cuando al fin se calmó, con una vocecita que semejaba el
arrullo del viento en una noche cálida, me preguntó:
- ¿Papá, qué es para ti un hijo?
Por momentos nada pude responder. Un extraño nudo se había formado
en mi garganta y el corazón me latía con fuerza inusitada. ¡Con qué ternura
Vivaracho acababa de llamarme “papá”!. ¡qué hondo sentimiento me unía ya a
aquel niño, que hace tres días ni siquiera conocía!. ¿sería el propio Dios que
lo puso en mi camino, para hacerme conocer la dicha de tener un hijo? Cuando la
emoción me permitió por fin hablar, dije con todo el sentimiento que impregnaba
mi ser en ese momento:
Un hijo es un lucerito,
que alumbra nuestra ilusión;
un hijo es un pedacito
de carne del corazón.
Un hijo, siempre es bendito;
un hijo, siempre es amor;
un hijo es un angelito,
enviado por el Señor.
¿Qué cosa habrá más bonita,
que un hijo aprendiendo a hablar?
Su lengua entrecortadita,
su inocente balbucear...
¿ Y qué cuadro parecido,
por lo tierno y delicado,
que un hijo nuestro dormido,
con su peluche abrazado?
Cuando un hijo nuestro grita,
cuántas veces sin razón,
el corazón se nos crispa
de angustia y de desazón.
Cada vez que un hijo llora,
acuden en un tropel
mil madres en una sola
y todas lloran con él.
Si un hijo en peligro está,
se nos parte el corazón
y en trocitos partirá,
en pos del hijo en cuestión.
Y cuando un hijo se muere,
cuando al cielo se nos va,
se lleva con él la paz,
dejándonos la agonía;
se va también la alegría,
para no volver jamás.
Y Vivaracho, hondamente conmovido, se abrazó a mi cuello y yo
sentía sus lágrimas correr por mi piel y las mías mojaban su alborotado
cabello; y un estremecimiento, mezcla de angustia, miedo y dolor, recorrió ‘de
pronto todo mi ser; pues llegó a mi mente en ese instante un negro presentimiento:
que más temprano que tarde iban a separarme de este niño, a quien ya quería tanto como si fiera mi
propio hijo.
Y así abrazado a mi cuello, lo conduje a su habitación, el me pidió
que le permitiera por esa noche dormir en mi cama. Y lo complací y durmió
acurrucado junto a mí y pude constatar cómo en su carita brilló toda la noche
la incandescente llama del filial amor.
Al día siguiente. Vivaracho regresó muy contento de la escuela y
me dijo que ya sabía las diez primeras letras del abecedario y como yo puse
cara de no creerle, me dijo: “ya te lo voy a demostrar”:
A la A, sigue la B
y enseguida está la C;
y muy juntas después vienen
la CH y su amiga la D.
La E en Ejido se ve
y en Falcón vive la F;
y luego viene la G,
que en Guayana se aparece.
La H es muda, eso dicen.
y después viene la I;
y ya es bueno que revise,
las diez letras que aprendí.
Cuando finalizó, lo felicité y le dije:
- Ahora debes aprender a contar y a conocer los números. Los que
van del 1 al 9, además del 0, se llaman
dígitos. Con ellos puedes formar cualquier número, por muy grande que sea. Para
que los memorices más fácilmente, escucha lo siguiente:
|
El Nueve,
la cabeza a un lado tiene.
|
EL ocho,
igual que un bizcocho.
|
El siete,
una cruz con sombrerete.
|
El seis,
la semilla de un merey.
|
EI cinco es como una “S”
|
y al cuatro no se parece
|
Son tres, árabe, chino y francés.
El dos es uno más uno
y el cero es como ninguno.
Y ahora dilos, como es normal,
en su orden natural:
uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve y cero.
¿Quién los dijo primero?
¡Se ganó este caramelo!
- Y ahora — dijo Vivaracho entusiasmado — me vas a enseñar a contar del uno al mil. que es el último número.
- Estas equivocado, Vivaracho - le respondí - El mil no es el último número, ni siquiera el mil veces mil. No existe un último número, porque cuando tu encuentres un número que creas que es el último, siempre le podrás sumar otro y te aparecerá entonces un número mayor que el que tenías, ¿entiendes?
Respondió que sí, no muy convencido, y yo le dije:
- Bien, escoge cualquier número, el que tu creas el mayor de todos, y yo te hallaré enseguida otro número mayor que ese.
Se quedó pensando un rato y de pronto dijo:
- ¡Ah, pero sí es muy fácil! Si yo escojo el diez mil, entonces tu, con añadirle uno, obtendrás el diez mil uno, que evidentemente es mayor que diez mil.
- Así es Vivaracho, veo que has comprendido, de todas maneras escucha lo siguiente:
CONTAR
Uno-dos, tres-cuatro-cinco,
¿hasta dónde contaré?
¿cuándo, cuándo pararé?
Cuenta-cuenta-cuenta-cuenta,
Cuenta-cuenta-cuenta más;
que por mucho más que cuentes,
al final no llegarás.
Diez y once, doce y trece,
catorce y quince después;
dieciséis y diecisiete,
¿cuándo, cuándo acabaré?
Cuenta-cuenta-cuenta-cuenta,
cuenta-cuenta-cuenta más;
que por mucho más que cuentes,
al final no llegarás.
Y así fue transcurriendo el tiempo y Vivaracho iba aprendiendo muchas cosas en la escuela. Y mientras más aprendía, más preguntaba y más entusiasmado se veía. Cada día regresaba con algo nuevo que contar. Me habló, siempre utilizando su lenguaje poético, de Julián, el compañerito nuevo; de Tomás, el niño más flojo y desaplicado del salón; de Leonor, la niñita que se enfermó; de Pedrito; y de todas las cosas que le sucedían en la escuela:
JULIÁN
Julián se llama el niñito,
que vino nuevo a la escuela;
y trajo su cuadernito
su lápiz y su lonchera.
Le dimos un regalito,
cara que bien se sintiera:
¡un aplauso de niñitos,
que vibró en toda la escuela!
LA LECHINA
Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, seis.... ¡qué horror!
¡Cómo se le ha puesto
la piel a Leonor!
De lunares llena,
parece una mina.
¿Y qué le pasó?
¡Le dio la lechina!
LA CAJA DE CRAYONES
Hoy la emoción de Pedrito,
no tiene comparación;
se levantó tempranito
y a la escuela se marchó.
Y tan pronto allí llegó,
abrió su maletincito;
y su cuaderno sacó,
comenzando un dibujito;
y apenas lo terminó,
otro empezó al momentito.
Estaba tan cambiadito,
que un vivaz compañerito
extrañado comentó:
-A Pedro algo le pasó...
Y enseguida él contestó:
- No seas curioso, amiguito
dedícate a tus lecciones,
lo que a mí me sucedió
fue que papá me compró
¡una caja de crayones!
EL FLOJO
El flojo viene corriendo,
tropezando con la gente;
llega a casa diciendo,
“por poco no saqué veinte”.
Y a que usted se equivocó
y todo aquel que pensó,
que diecinueve ha sacado
porque lo que sucedió
fue que el veinte lo sacó
¡el que se sienta a su lado!
LA CARTILLA NUEVA
La niñita entra al salón
muy contenta, muy contenta:
y le dice a la maestra:
-Quiero mudar la lección.
Y le da una explicación,
que a todos perplejos deja;
- Quiero mudar la lección,
para llamar la atención,
pues tengo cartilla nueva.
Y Vivaracho me hablaba de la escuela con tal entusiasmo, que casi me daban ganas de volver a ser un niño en edad escolar, para poder acompañarlo diariamente a la escuela y disfrutar con él del inmenso placer de aprender y de la alegría de jugar con todos los niñitos en el recreo. ¡Recreo! ¡Cuántas emociones y cuántos recuerdos me trae a la mente esa palabra!
EL RECREO
Brinca feliz la pelota
y la cuerda se encabrita;
y a las metras se les nota,
en el rostro una sonrisa.
Caramelos, golosinas,
empanadas, pastelitos;
hacen temblar las vitrinas.
saltando como chiquitos.
¡Todos bullen de contento!,
a ninguno bravo veo;
y es que dentro de un momento,
suena el timbre del recreo.
Cuando llegó el “Día del Maestro”, todos los compañeritos de Vivaracho le pidieron que escribiera algo para homenajear a los maestros, pues todos reconocían los dotes de poeta que Vivaracho poseía. Y escribió el siguiente poema, que debía ser recitando por él ante todos los maestros.
AL MAESTRO EN SU DÍA
Me corresponde asumir,
un compromiso que honra;
algo hermoso que decir,
del árbol que nos da sombra.
Yo que he visto la humildad,
con que ejercen su carrera;
les digo con propiedad,
que maestro no es cualquiera.
Es más que un ilusionista,
pues saca de su turbante
las perlas más exquisitas,
sin haberlas metido antes.
Nacemos sin intelecto,
carentes de brillo y forma;
y el orfebre del maestro,
en alhajas nos transforma.
Somos ríos que en la vida,
vamos corriendo hacia el mar;
y el maestro es garantía,
de que logremos llegar.
Por eso en magno homenaje,
de admiración y respeto;
el alumnado hoy se inclina,
en honor a sus maestros.
Los maestros, todos, se contentaron muchísimo: y abrazaron a Vivaracho y alabaron su inteligencia; y colocaron su poema en la cartelera de la escuela.
Y cuando regresó al salón de clases, todos los niñitos que allí se habían congregado irrumpieron en aplausos y hurras a Vivaracho. Él, emocionadísimo y con lágrimas en los ojos, agradeció aquel gesto de sus compañeros; y corrió hasta nuestra casa y, todavía lloroso, me contó todo lo sucedido en la escuela.
Yo lo felicité con un abrazo y le dije que celebraríamos aquello, después del almuerzo, comiéndonos una torta de chocolate que había comprado para la ocasión.
A Vivaracho enseguida le brillaron los ojos de alegría, y me respondió:
- Bueno, padrino. ¿y qué estamos esperando para ir a almorzar?
Cada tarde, Vivaracho responsablemente hacía todas las tareas que le encomendaba la maestra y en las noches nos sentábamos a conversar en un banco del jardín y yo le hablaba de las cosas que él no conocía y él preguntaba y preguntaba hasta que a veces yo no sabía qué responderle.
En algunas ocasiones le contaba anécdotas, chistes o cuentos. Uno de los que más le gustaba oír era el cuento del cometa y cada vez que se lo contaba se quedaba mirando hacia el cielo, tratando de adivinar cuáles de aquellas estrellas podrían ser los padres del héroe de nuestro cuento. Otro cuento que le gustaba mucho era el de “La abeja y el tucusito”:
Un tucusito,
se deleitaba
con el néctar de una flor,
Y una abejita,
que lo observaba,
le dijo que era un ladrón.
El tucusito,
muy enfadado,
le pidió una explicación.
y la abejita, le respondió:
“porque yo planté esa flor”
muy apenado, el tucusito,
le dijo “tienes razón”.
“Yo buscaré
por los jardines,
hasta encontrar otra flor”.
Dijo la abeja,
arrepentida,
“no tienes que ir a otra flor”.
“Esta es hermosa
y muy sabrosa
y alcanza para los dos”.
Y yo le decía:
- Vivaracho, tienes que aprender de la abeja y del tucusito. Del tucusito, porque siempre debemos respetar lo ajeno y reconocer cuando algo no nos pertenece y de la abeja, porque siempre debemos estar prestos a arrepentimos de nuestras malas acciones, a enmendar nuestros errores y a compartir lo que tenemos con quien más lo necesite.
Y así fueron pasando los meses, hasta que finalizó el año escolar; y Vivaracho, muy contento, me anunció que había sido promovido con las más altas calificaciones al segundo grado.
Y le hice un regalito que le gusto mucho: un libro de cuentos y poemas que le había comprado hacía algún tiempo y se lo tenía guardado para la ocasión. El, de un salto se abrazó a mi cuello, me dio las gracias y me prometió que lo iba a leer, todito, todito, durante las vacaciones.
VACACIONES
Júbilo, alegría,
bullir de sonrisas;
cascabel de niños,
en la fresca brisa.
En tropel se alejan,
forjando ilusiones;
la dicha inundando,
ya sus corazones.
Son las vacaciones,
que empiezan ahora:
los muchachos ríen
y la escuela llora.
Durante las vacaciones nos divertimos muchísimo. Viajamos por todo el país. Trepamos a montañas tan altas que parecían tocar el cielo, como gigantes con cabellos de nubes. Y visitamos los llanos, con sus llanuras tan parejitas que, en lugar de sabanas, parecían inmensas sábanas verdes. Y disfrutamos del mar, de los lagos y de los ríos. Y Vivaracho me preguntó que de dónde venían los ríos y yo le respondí que los ríos eran como caminos de agua que nacen en las montañas y se pierden en el mar. Y pusimos barquitos de papel en el agua y vimos cómo el río se los llevaba y escribimos entre los dos el siguiente poema:
¿ADÓNDE IRÁN?
¿Adónde irán
los barquitos de papel.
que en el agua pone uno?
¿Adonde irán
las estrellas a brillar,
cuando el cielo no está oscuro?
¿Adonde irán
los suspiros que al querer,
le brotan del alma a uno?
¿ Y adónde irán
los niñitos a jugar,
cuando dejan este mundo?
Cuando visitamos las montañas, Vivaracho se sorprendo mucho; porque, cada vez que gritaba, el eco le devolvía el grito. Como era la primera vez que presenciaba este fenómeno. Vivaracho pasaba horas gritando su nombre al viento:
¡Vivaraaacho.! Y el eco le respondía: ¡..aaacho.! Y Vivaracho se desternillaba de risa cada vez que lo oía. Ya en la tarde, cansado de gritar, compuso el siguiente poema:
EL ECO
Es el eco el que devuelve
el tañir de las campanas,
el rugido de los cielos
y los gritos de la fauna
Es el eco el que repite,
…ite, …ite, …ite
con voz ausente y lejana,
tu grito en una montaña.
Y aquel que impregna su voz,
de resonancias extrañas;
y con el viento te llama,
…ama, …ama, …ama
Viajamos, también, a La Gran Sabana y conocimos sus impresionantes tepuyes y sus caudalosos ríos. Y Vivaracho quedó admirado e impresionado con la majestuosidad del Salto Ángel y del Orinoco; y con la impetuosidad y turbulencia del Caroní y de los saltos del río Carrao. Visitamos, también, la Represa del Guri y las grandes empresas de Guayana y nos percatamos del enorme potencial industrial que tiene Venezuela.
Luego, hicimos un recorrido por las principales ciudades del oriente venezolano. De ellas, la que más le gusto a Vivaracho fue Maturín, la capital del estado Monagas, por sus limpias calles, sus bien cuidadas avenidas y su frondosa vegetación.
En Monagas conocimos del gran potencial petrolero del país. Vimos de cerca los taladros y balancines que sólo habíamos visto en libros y en revistas. Y los atentos trabajadores de la empresa petrolera, en Punta de Mata, nos explicaron pacientemente para qué se utilizaba cada maquinaria. Y Vivaracho preguntó y preguntó y al final quedó contentísimo, porque al fin sabía cómo se extraen el petróleo y el gas del subsuelo, cómo se obtienen la gasolina y demás subproductos y por qué se le da al petróleo el nombre de “oro negro”.
Después de que Vivaracho hubo declarado sentirse satisfecho con tantas explicaciones, los trabajadores nos invitaron a comer un suculento sancocho de guaraguara, un pez propio de los ríos de la región; y Vivaracho comió y comió hasta que no pudo más.
Y luego, al despedirse de ellos, le regalaron un casco con el logotipo de la empresa y Vivaracho les declamó lo siguiente:
Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
y un campo verde adornado,
por matas de margo tín.
Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
salúdame a tus hermanos,
Caripito y Jusepín.
Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
bello pueblo de Monagas,
te recordaré hasta el fin.
Y así, conocimos muchas ciudades y pueblos y a muchísimas personas que nos brindaron hospitalidad y cariño. Y aprendimos a querer a la naturaleza y supimos de plantas y de animales que no conocíamos y Vivaracho aprendió a reconocer las voces de los animales:
A todo animal le dio,
el Señor, una voz bella;
y el sonido de esa voz,
se llama onomatopeya.
La voz del perro es ladrido,
las palomitas se arrullan,
la del cuervo es un graznido
y los gatitos maúllan.
El pollito pía y pía,
la gallina cacarea,
el gallo quiquiriquía
y los chivitos berrean.
Trina, trina el pajarito;
Croa, croa la ranita;
osa, osa el marranito;
bala, bala la ovejita.
Rebuzna el asno sediento,
el toro y la vaca mugen,
relincha el potro contento
y todas las fieras rugen.
Ya casi finalizaban las vacaciones y estábamos tostaditos de tanto sol y viento y rebosantes de amor y de paz. Amor por la naturaleza y por nuestros semejantes y paz por la inmensa tranquilidad de espíritu que tanto el mar como las montañas y la sabana transmiten, con su impresionante grandiosidad. Y Vivaracho aprendió muchas cosas importantes para su formación. Entre ellas, a valorar el principio de la libertad como la de aquellos pájaros que en el campo conocimos:
LOS PÁJAROS
Los pájaros son
vida y alegría,
son el corazón
de mil sinfonías.
Vivir en el campo,
¡qué inmenso placer!;
y escuchar sus cantos,
al amanecer.
Sin igual gorjeo,
que el aire engalana,
y arrulla a Morfeo,
en cada mañana.
De soberbias plumas,
mil trinos combinan;
cantares de cuna,
mágica sordina.
Lluvia de colores,
arco iris de tul,
concierto de amores
bajo el cielo azul.
Fantásticos trinos,
regia melodía,
arpegios divinos,
¡perfecta armonía!
El último día de vacaciones, visitamos la hacienda de unos amigos, donde habían muchos pájaros enjaulados; y Vivaracho, al momento de despedirnos y sin decir palabras, les entregó una hoja de papel donde había escrito el siguiente poema, que había escrito la noche anterior:
RECIPROCIDAD
Preso estaba un pajarito,
quieto y mudo su trinar;
y contemplaba a un niñito,
en su inquieto retozar.
Y díjole el pajarito,
con tristeza en el hablar,
“quién fuera como tu, niño,
que libre puedes jugar”.
Y escuchóle el muchachito
y abrióle en un momentito,
la jaula de par en par.
Y al volar, el pajarito,
le regaló a aquel niñito,
la magia de su cantar.
Después de leer el poema, la esposa del dueño de la hacienda se acercó a Vivaracho, toda emocionada: lo abrazó, le dio un beso de la frente y le dijo:
- Hemos entendido tu mensaje Vivaracho. Te prometo que mañana, a primera hora. liberaremos a todos los pajaritos que tenemos enjaulados.
Vivaracho, contentísimo le dio las gracias a nuestra amiga y emprendimos el viaje de regreso. Al llegar a casa, nos dedicamos a limpiarla y a acondicionar el jardín, ¡cuántas hojas habían caído en nuestra ausencia! ¡Y, por cada hoja caída, cuántas cosas aprendidas!
Caen las hojas, ¡cómo caen!;
hojas secas, :cuántas hay!
Es del frío, que rehuyen;
y en el suelo, se reúnen.
Y se abrazan, con amor;
pues, así, se dan calor.
Caen las hojas, cómo caen!;
hojas secas, ¡cuántas hay!
Después de haber terminado la limpieza de la casa, hicimos los preparativos para el inicio de clases, poniéndolo todo en orden.
Vivaracho estaba ansioso, esperando e! momento de volver a la escuela para contarle todo a sus compañeritos y compartir con ellos todas las experiencias vividas durante las vacaciones.
VUELTA A CLASES
Cual inquietas mariposas
que a la luz directo van,
a la escuela los niñitos
del país volviendo están.
Saludan a sus maestros
y se sientan a estudiar.
¡Son los astros del futuro.
que mañana han de brillar!
Y pasaron los meses rápidamente y llegaron !as navidades. Y. desde principios de diciembre preparamos nuestro árbol de navidad con una rama seca y nos divertimos muchísimo colocándole luces y figuritas.
Una noche, encontré al pie del arbolito la cartica que Vivaracho le había escrito al Niño Jesús. Era una carta muy bella, de una ternura increíble, llena de sentimientos y de nobleza; y, mientras la leía, las lágrimas corrían incontenibles por mi rostro, tanta era la emoción que ella transmitía. La carta decía así:
Querido Niño Jesús:
Es la primera vez que te escribo: y lo hago, no para pedirte algo para mí, pues ya me has dado en este año mucho más de lo que hubiera soñado:
Me diste la inmensa alegría de tener un padre y eso para mí vale más que todos los juguetes del mundo. Te escribo, para pedirte dos cosas: una, que le proporciones larga vida a mi papá-padrino. El es muy bueno y quisiera que lo protegieras y lo cuidaras para que nada malo le suceda, porque tu no te imaginas la tristeza y la angustia que uno siente cuando no tiene papá y no quisiera pasar por eso nuevamente.
La otra cosa que quiero pedirte es que permitas que mis
padres muertos sean tan felices allá en el cielo como
yo lo estoy siendo aquí en la tierra, Y quiero que les digas,
que a pesar de lo dichoso que ahora soy, jamás me
olvidaré de ellos; y le dices también a mi mamá, que yo
rezo por ella todas las noches, tal como ella me !o enseñó;
y le dices que aún conservo aquella cadenita de plata que
ella colocó en mi cuello cuando era pequeñito; y que estoy
estudiando mucho, para hacerme un hombre de bien, como
ella siempre me lo pedía.
padres muertos sean tan felices allá en el cielo como
yo lo estoy siendo aquí en la tierra, Y quiero que les digas,
que a pesar de lo dichoso que ahora soy, jamás me
olvidaré de ellos; y le dices también a mi mamá, que yo
rezo por ella todas las noches, tal como ella me !o enseñó;
y le dices que aún conservo aquella cadenita de plata que
ella colocó en mi cuello cuando era pequeñito; y que estoy
estudiando mucho, para hacerme un hombre de bien, como
ella siempre me lo pedía.
Niño Jesús, al pie del árbol de navidad te dejo una carpeta
con todas las tareas que hice durante el año. Quiero que se
la enseñes a mi mamá porque sé que eso la va a alegrar
muchísimo. Tanto que ella quería que yo estudiara y no puede
estar conmigo para verme. Niño Jesús, si tu pudieras traerla,
así sea por un momentico a mi lado, o llevarme donde está
ella aunque sea para darle un beso, ¡cómo te lo agradecería!
con todas las tareas que hice durante el año. Quiero que se
la enseñes a mi mamá porque sé que eso la va a alegrar
muchísimo. Tanto que ella quería que yo estudiara y no puede
estar conmigo para verme. Niño Jesús, si tu pudieras traerla,
así sea por un momentico a mi lado, o llevarme donde está
ella aunque sea para darle un beso, ¡cómo te lo agradecería!
Querido Niño, le llevas también a mi mamá, el turroncito de
coco que está sobre la carpeta para que vea que no me he
olvidado de su dulce preferido.
coco que está sobre la carpeta para que vea que no me he
olvidado de su dulce preferido.
Y a propósito: ¿no te gustaría comer la más deliciosa torta
de chocolate del mundo? Pues dile a mi mamá que te prepare
allá en el cielo, una igual a la que me hizo el día que cumplí
cuatro añitos. Te garantizo que hasta los deditos te vas a chu-
par. ¡Ella es la mejor cocinera del mundo!
de chocolate del mundo? Pues dile a mi mamá que te prepare
allá en el cielo, una igual a la que me hizo el día que cumplí
cuatro añitos. Te garantizo que hasta los deditos te vas a chu-
par. ¡Ella es la mejor cocinera del mundo!
Niño Jesús, ya tengo que despedirme porque casi es media-
noche y a mi papá no le gusta que me acueste tan tarde.
A lo mejor el próximo año te pido algún juguete y no me
importaría mucho si no pudieras traérmelo, pero en este
año compláceme en lo que te pido, por favor. Te quiere,
noche y a mi papá no le gusta que me acueste tan tarde.
A lo mejor el próximo año te pido algún juguete y no me
importaría mucho si no pudieras traérmelo, pero en este
año compláceme en lo que te pido, por favor. Te quiere,
Vivaracho
Cierta noche de diciembre. Vivaracho me dijo que había leído en el libro que le regalé, un poema que lo entristeció mucho, que se titulaba “El próximo año será”:
EL PROXIMO AÑO SERÁ
Ocho navidades lleva,
el hijito de Julieta,
esperando que le traiga,
“el niño”, una bicicleta.
Cuando en la calle ve alguna,
alza los ojos al cielo;
y musita con ternura,
“como esa es la que yo quiero”.
Apenas diciembre empieza,
con el mayor optimismo.
escribe al “niño” su carta,
pidiendo siempre lo mismo.
Cuando el veinticuatro llega,
se duerme en cuanto anochece;
nada ha comido en la cena,
pero su faz resplandece.
En su carita tiznada,
brilla la luz de una estrella;
su bicicleta anhelada,
está soñando con ella.
Despierta al amanecer,
mirando hacia todos lados;
y el llanto empieza a correr,
por su rostro demacrado.
Su angustia no tiene nombre,
pero tiene que callar;
su madre dice que el hombre,
no debe nunca llorar.
|
Y así como todo el año,
a la calle debe ir;
a su quehacer cotidiano,
procurando sonreír.
Y se mezcla entre la gente,
tratando de no mirar,
a los niños con juguetes
que a su paso ha de encontrar.
Y en su inocencia bendita,
todavía se dirá:
“No recibió mi cartita,
el próximo año será”.
|
Y Vivaracho me preguntó hondamente conmovido, por qué el Niño Jesús no le llevaba regalos a todos los niños.
Y yo le respondí que había niños muy pobres, para quienes no alcanzaban los juguetes que el Niño Jesús traía. Pero él replicó a su vez, que “EL Niño” debería repartir los regalos, comenzando por los niños más pobres y necesitados; y yo no supe qué responderle, y dije, para cambiar de tema:
- ¿Sabes Vivaracho? No solo el Niño Jesús trae regalos en Navidad, también San Nicolás lo hace. ¿Quieres que re cuente el cuento de cómo nació San Nicolás?
y la carita de Vivaracho enseguida se animó y sentándose a mi lado me pidió que no lo hiciera esperar el cuento dice así:
Hubo una vez un señor llamado Nicolás que tenía un corazón muy noble y que sentía un cariño muy especial por los niños. Nicolás, a quien todos llamaban Don Nicolás tenía un empleo y del sueldo que devengaba, apartaba una cierta cantidad para dedicarla a la compra de juguetes para los niños buenos de su pueblo. Pero a pesar de que cada vez aportaba una mayor porción del sueldo y de que apenas le quedaba lo suficiente para vivir, siempre se quedaban algunos niños sin juguetes; porque el dinero no alcanzaba para satisfacerlos a todos. Esto ponía muy triste a Don Nicolás, pues aunque él no tenía hilos, consideraba como tales a todos los niños del pueblo.
Una vez, caminando por las montañas. Don Nicolás fue sorprendido por una tormenta y tuvo que refugiarse en la primera cueva que encontró a su paso. Ya en el interior, observó que una manada de lobos también buscaba guarecerse de la tormenta en la misma cueva. Lleno de temor, huyó hacia el fondo de la gruta a fin de que los lobos no notaran su presencia. Buscaba otra vía para salir de allí cuando de pronto quedó maravillado con lo que veía. Ante sus ojos se encontraba una especie de bóveda, cuyas paredes estaban completamente cubiertas de oro. Rebosante de contento, Don Nicolás esperó hasta que los lobos se marcharon y corrió al pueblo a comunicarles a todos la buena noticia.
Con las ganancias que obtenía de la explotación de la mina, Don Nicolás se dedicó durante muchos años a alegrar la vida de los niños de toda la comarca, llevándoles en la navidad sus juguetes preferidos. Pero los mejores juguetes los reservaba para aquellos niños que habían obtenido las más altas calificaciones en la escuela y para aquellos que observaban un buen comportamiento durante el año.
En una de sus visitas a la mina Don Nicolás se percató de que el oro se había agotado. Esto lo llenó de una profunda tristeza; porque si no había oro, ya no podría seguir complaciendo a sus queridos niños. Llorando su desgracia se tendió en el suelo de la cueva, cuando de repente escuchó una voz extrañamente dulce que le decía:
- Nicolás, tu has sido muy bueno con los niños de esta región y ha llegado la hora de recompensarte. Quiero que me acompañes al cielo para que te encargues de nuestra fábrica de juguetes y así podrás, cada año, llevar un regalo a todos los niños buenos del mundo.
Radiante de felicidad, Don Nicolás bajó de la montaña y se dirigió directamente a su casa. A la mañana siguiente, los vecinos del pueblo lo encontraron dormido para siempre. Se habían cumplido los designios del Señor.
Al saberse la noticia de la muerte de Don Nicolás, todos los niños de la comarca vinieron, muy tristes, a darle el último adiós. Cada niño traía en sus manos un manojo de flores, para depositario en la tumba de su amigo.
Cuando el alma de Don Nicolás subía al cielo, sucedió un extraño fenómeno. Todas las flores que trajeron los niños subieron también al cielo y semejaban cintas multicolores, el pueblo asombrado bautizó el fenómeno como el “arco iris de Don Nicolás”.
Desde entonces, cada vez que aparece el arco iris, la gente del pueblo sabe que Don Nicolás está contemplando nuevamente las flores que le llevaron los niños de su pueblo.
Al llegar al cielo, Don Nicolás se encargó inmediatamente de la fábrica de juguetes y fue tal el empeño que puso en la tarea de producirlos y en llevar alegría a todos los niños de la tierra que comenzó a engordar, producto de los nervios y de la preocupación; y muy pronto empezó a crecerle una larga y sedosa barba, que al igual que su cabello se tornó blanco como la nieve.
Los demás habitantes del cielo enseguida le tornaron gran cariño a Don Nicolás; y comenzaron a llamarle “San”, en lugar de “Don”, pues él había demostrado ser tan piadoso y bondadoso como los demás santos. Antes de realizar su primer viaje, entre todos le regalaron un enorme trineo: para que pudiera transportar a La tierra la gran cantidad de juguetes que la fábrica había producido.
Desde entonces. San Nicolás no ha dejado de viajar ningún año, para traer a sus queridos niños, sobre todo a los que son buenos y obedientes, los bonitos juguetes que la fábrica produce.
- ¡Qué cuento más bonito, padrino! ¡Cuéntame otro!
- No, Vivaracho, ya es tarde.
- Anda, padrino, uno solito.
- Está bien, pero uno nada más. Te contaré el cuento de Guaicariño:
Guaicariño era un indiecito que vino al mundo en la época de la conquista. Eran tiempos de avatares y de angustias para la población indígena, la cual se veía obligada a huir de un lado a otro, por el continuo hostigamiento de los conquistadores españoles.
Guaicariño, que amaba entrañablemente a la naturaleza, no entendía muy bien por qué su gente vivía en esa zozobra permanente. Cada vez que debían huir de un sitio, él se preguntaba:
- ¿Por qué tener que irnos si aquí abundar la caza y peces para la pesca? ¿Por qué no haber paz entre indios y blancos, si aquí sobrar espacio para todos vivir?
La situación de inseguridad en que vivían y el amor que sentía por los bosques, ríos y montañas; hacían que apenas se instalaban en un lugar, Guaicariño saliera a explorar los alrededores. Disfrutaba de las aguas de los ríos, pescaba, cazaba y cocinaba en el bosque su propia comida; conocía el sabor de todos los frutos silvestres; y admiraba las grandes montañas y se preguntaba si subiendo a ellas podría tocar el cielo con sus manos. A veces se quedaba dormido contemplando las estrellas y escuchando los miles de ruidos de la selva, tratando de identificar cada uno de ellos.
Un día, al regresar del bosque donde había ido a cazar, Guaicariño se detuvo, consternado por lo que veía. El campamento de los suyos había sido abandonado. Su gente había tenido que huir una vez más, ante e! peligro que representaban los españoles. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero inmediatamente se repuso. Tenía que ser fuerte. Sus padres le habían enseñado a sobreponerse al miedo. ¡Tenía que sobrevivir para encontrar a los suyos!
Desde entonces, Guaicariño se dedicó a caminar por los bosques, llanuras y montañas, con la firme determinación de encontrar a su gente. En sus andanzas, había descubierto un lugar maravilloso para vivir. Era el valle más verde que hubiera visto en su vida. Todo allí era esplendoroso, los pájaros entonaban las más bellas melodías, la caza era abundante; y había ríos de aguas cristalinas y lagos que semejaban pedacitos de cielo. ¡Si su pueblo pudiera asentarse en este lugar, no lo abandonaría jamás!
Guaicariño decidió vivir en aquel valle y salía a explorar durante días y noches en busca de los suyos, pero siempre regresaba a lo que el llamaba el valle de sus sueños.
Cierta vez que salía del mismo, advirtió con horror que una patrulla de españoles había acampado cerca de allí. Su primer impulso fue el de abandonar su campamento, pero luego recapacitó, ¡no huiría más! ¡Nada ni nadie en el mundo lo obligará a dejar el valle de sus sueños!
Regresó a la cueva que le servía de refugio y entonces recordó que una manada de tigres anduvo merodeando por los alrededores la tarde anterior. Tomó su arco y sus flechas y se dispuso a ir de cacería, con tan buena suerte que enseguida logró cazar un venado de muy buen tamaño.
Regresó a la cueva que le servía de refugio y entonces recordó que una manada de tigres anduvo merodeando por los alrededores la tarde anterior. Tomó su arco y sus flechas y se dispuso a ir de cacería, con tan buena suerte que enseguida logró cazar un venado de muy buen tamaño.
Lo arrastró como pudo hasta la cueva y procedió a quitarle la piel y a descuartizar al animal. Una vez hecho esto, tomó un gran trozo de carne y lo colocó al pie de la montaña con la intención de atraer a la manada de tigres. Comenzó a vigilar y muy pronto vio cómo los tigres se abalanzaban sobre el pedazo de carne, peleándose por él. Tomó entonces la piel del venado, se la colocó encima a manera de disfraz, se amarró a la cintura otro pedazo de carne y emprendió veloz carrera, pasando cerca de los tigres, rumbo al campamento de los españoles.
Los tigres seguramente pensaron: “¡qué venado tan extraño!’; pero al olfatear la carne fresca, empezaron a perseguir al supuesto venado. Guaicariño sentía a los tigres correr tras él e imprimió mayor velocidad a su carrera. Al llegar al campamento español, se quitó con rapidez la piel de venado y la lanzó, junto con el trozo de carne, en medio de los asombrados españoles, quienes huyeron despavoridos al ver aquella manada de tigres hambrientos que se les venía encima.
Guaicariño se desternillaba de la risa al ver cómo corrían los españoles por el valle, cuando sintió el ruido de gente que corría hacia él. Lleno de terror iba a emprender la huida, cuando se percató de que eran guerreros indígenas los que se acercaban. Formaban parte de una patrulla que se encontraba al acecho de los españoles, esperando el momento preciso para atacarlos y cuyos integrantes presenciaron admirados cómo Guaicariño, sin ayuda de nadie, los hizo huir de 1a región.
Lo felicitaron todos por su astucia y su valor y colocaron sobre su cabeza el penacho de plumas que identifica al más valiente guerrero indígena.
Muy contento, Guaicariño los invitó a su cueva y comieron el resto del venado que había cazado y que había servido para ahuyentar a los españoles. Durante la comida, Guaicariño les contó sus desventuras y, con sorpresa, vio cómo los indios empezaron a despojarse de sus penachos y a lavarse las caras; y. entonces, la emoción más grande se adueñó del corazón de Guacariño. Eran indígenas de su propia tribu a quienes no había reconocido por la pintura de sus rostros y por los grandes penachos de plumas que portaban.
Los indígenas, por su parte, tampoco lo habían reconocido a él; porque durante el tiempo que había pasado, Guaicariño había dejado de ser un niño, se había convertido en un fuerte y robusto mocetón. Guaicariño preguntó entonces por sus padres y le respondieron que todos vivían al otro lado de las montañas, y añadieron con tristeza:
-Pero pronto no seguir allí. La caza acabar, la pesca acabar y nosotros pronto morir de hambre.
Entonces Guaicariño, recordando al valle de sus sueños, los condujo a través de la cueva a la entrada del mismo. Los indios quedaron maravillados ante el hermoso espectáculo que se ofrecía a sus ojos: ¡la más Inmensa variedad de frutos silvestres, la caza más variada y apetecida: venados, báquiros, conejos y lapas, bebiendo en un inmenso lago con un imponente torrente de agua que caía desde la montaña.
Muy alegres, salieron bien temprano en busca de los demás integrantes de la tribu. Los padres de Guaicariño lloraron de emoción, por haber recuperado a su hijo y toda la población supo de las hazañas de Guaicariño, quien desde entonces vivió feliz, rodeado del respeto y de la admiración de todos. A la muerte del cacique, ocurrida tiempo después, la tribu lo eligió por unanimidad como su sucesor.Y el Gran Cacique Guaicariño supo conducir a su pueblo por los senderos del bienestar y del progreso.
Jamás los españoles regresaron por aquellos lugares, porque ellos habían bautizado al sitio como “El valle de los tigres hambrientos”, mientras que para los indígenas fue para siempre “El valle de Guaicariño”.
Y así fue pasando el tiempo y Vivaracho fue creciendo. A los doce años aprobó el sexto grado con honores. Cierta tarde que regresaba del liceo donde lo había inscrito para que cursara sus estudios de educación secundaria llegó alborotadísimo a la casa, gritándome desde el jardín:
-Padrino!, ¡padrino!...
- ¿Qué sucede, Vivaracho?- Le respondí, visiblemente alarmado.
- Padrino, te tengo una sorpresa. Hace algún tiempo escribí un cuento para un concurso en el periódico de la ciudad y acaban de llamar al liceo para comunicarme que había ganado el primer premio; y el Director organizó un acto en el teatro del liceo, para que yo leyera el cuento esta noche.
- Bueno. Vivaracho. La verdad es que me has dejado sorprendido. Te felicito por tu iniciativa, pero dime ¿cuál es ese cuento?
- El cuento lo titulé “El Milagro del Cardenal”. ¿Quieres que te lo lea, padrino?
- ¡Por supuesto, Vivaracho, no me hagas esperar!
- Bueno, padrino, el cuento dice así:
Allá, en el despertar de la vida, cuando Dios Todopoderoso creó los cielos y la tierra y todo lo que en ella habita: ocurrió que en el quinto día de la génesis del mundo, decidió el Omnipotente crear todas las aves que surcarían los vastos espacios terrenales.
Ese día, en una inmensa llanura trastocada en gigantesco taller del más grande y magnífico artesano del universo, se encontraban esparcidas por doquier, las correspondientes representaciones en arcilla, de la inmensa variedad de especies aladas hoy conocidas.
Una a una, con infinita paciencia, las iba tomando el Creador y. con el soplo maravilloso de su aliento, las dotaba de vida y les asignaba los nombres y los colores respectivos.
La última de las aves en recibir el don de la vida, fue un bellísimo y delicado pajarito. El Señor lo tomó en sus manos, en un santiamén le insufló el halito vital, y le dijo:
- Seréis el cardenal, podéis ir en paz.
Tan pronto se echó a volar el cardenal, el Todopoderoso se percató de que no le había asignado color alguno al pajarito. Quiso llamarlo, pero el ave ya se había perdido en lontananza con su elegante y cadencioso vuelo.
- Ya regresará — Se dijo Dios — Será mejor que me dé prisa, porque hoy mismo debo crear, también, los peces y los animales que vivirán en el mar.
Pero el cardenalito no regresó. El pobre, inocente de su desgracia, contemplaba admirado todo lo que el Señor había creado: las Montañas, las flores, los ríos... y se quedaba extasiado ante el multicolor encanto de las demás aves que formaban el melodioso y fascinante mundo de los pájaros.
Una vez, movido por la nunca antes satisfecha curiosidad de contemplar el color de su propio plumaje, se acercó a un cristalino manantial; y allí, en el prístimo espejo de agua, pudo constatar, horrorizado, la tristísima verdad de su vida: ¡su pluma no tenía color alguno!.
Bueno, en honor a la verdad, no era que no tenía ningún color. Era que su plumaje conservaba el color original de la oscura arcilla con que fue creado que, para el cariacontecido pajarito, era casi como decir total ausencia de color.
Un indescifrable sentimiento, mezcla de angustia, dolor y decepción, inundó el alma sensible del cardenalito. Comenzó a imaginar que las demás aves rehuían su presencia porque se avergonzaban de su incolora pluma y eso hizo que se convirtiera once a poco en un ser amargado y solitario.
Pero para ser sinceros, a las demás aves el cardenal no les inspiraba vergüenza alguna. Sólo sentían pena y lástima por él, pues estaban totalmente convencidos de que su ausencia de color se debía a algún castigo impuesto por el Creador. Y como justo y sabio era el Señor, seguro — decían — que lo tenía bien merecido.
A nadie nunca se le ocurrió pensar que la desdicha del cardenal era producto de un descuido del Creador. Pero como los designios del Señor son insondables e infinitos, con el transcurrir del tiempo, sería el propio hijo de Dios quien pondría fin a la tragedia del cardenalito.
Pasaron siglos y siglos, y ya el pobre pajarito lo había intentado todo: se zambullía en el agua del mar, tratando de impregnarse de su azul embrujo; se revolcaba en la inmaculada nieve, con la ilusión de adquirir su blanquísimo fulgor; se dormía desde muy temprano en los floridos araguaneyes, con la esperanza de contagiarse del refulgente amarillo de sus flores. Pero todo era inútil, su amargura y su frustración iban cada vez más en aumento.
Cierto día, en su volar melancólico y solitario, llegó hasta una alejada región y contempló horrorizado como muchos soldados, ante la euforia de una muchedumbre, clavaban en una cruz a un hombre barbudo y de dulcísima expresión; y le colocaban, además, una corona de espinas en su cabeza.
Consternado e incrédulo, observó cómo ninguno de los que presenciaban el cruel e inhumano espectáculo hacía nada para impedirlo. Por el contrario, eran muchos los que se reían y mofaban del hombre crucificado que, como ya habrán adivinado, no era otro que Jesús de Nazaret, el hijo de Dios.
Y el dolor de Cristo conmovió de tal manera al cardenalito que sin medir las consecuencias voló resueltamente hasta posarse en el hombro del crucificado y pudo constatar con sumo horror cómo una de las espinas laceraba inmisericorde la sien derecha de aquel pobre
hombre. Como pudo, el pajarito hizo esfuerzos inauditos para removerla pero la espina se hallaba fuertemente incrustada en la carne macerada de aquel infeliz. Al fin, ya casi a punto de desfallecer y reuniendo fuerzas que ni siquiera sospechara que pudiera tener logró remover y arrancar la negra y lacerante espina.
Un inaudible suspiro de alivio brotó de los labios agrietados del moribundo, un esbozo de agradecida sonrisa se dibujó en su rostro demacrado y la más dulce mirada que el cardenalito hubiera contemplado jamás, se reflejó en sus ojos de cielo.
Y justo en ese instante, ocurrió un suceso increíble, inexplicable y maravilloso. De la abierta herida dejada por aquella espina, saltó un chorro de la sangre divina que cayó íntegramente sobre el pequeño cuerpo del asombrado pajarito, cuyo plumaje absorbió, como por encanto milagroso, el rojo escarlata de aquella preciosa sangre.
Con una emoción imposible de describir, el cardenal se miró el hermosísimo plumaje carmesí y con los ojos totalmente humedecidos por la gratitud, emitió de pronto el más bello canto de amor que jamás haya salido de pájaro alguno sobre la faz de la tierra
Finalmente, el cardenalito escuchó emocionado y agradecido como Jesús, inundándolo de luz con sus divinas pupilas, le dijo muy dulcemente.
- Podéis ir en paz...
Y, entonces, como si una fuerza infinitamente superior a la suya lo impulsara, el cardenalito voló y voló hasta que el reflejo de su rojo plumaje se perdió en el repentinamente oscurecido cielo.
Y en ese momento Jesús expiró, con un rictus de melancolía pero satisfecha sonrisa en los labios.
- ¡Qué cuento tan bello, Vivaracho! Con razón te dieron el primer premio. Estoy seguro que en el acto de esta noche todos estarán de acuerdo conmigo y habrá una lluvia de felicitaciones para ti, muy bien merecidas. Ahora. apresurémonos a vestirnos si no queremos llegar tarde.
El acto fue todo un éxito. Vivaracho leyó el cuento premiado y, efectivamente todos estuvieron de acuerdo en que el cuento verdaderamente se merecía el premio. Las autoridades del periódico se hicieron presentes para entregarle el premio a Vivaracho, el cual consistía en una computadora y una medalla de oro. Pero cuando le fueron a colocar la medalla, él pidió la palabra y dijo:
- Esta medalla se 1a merece más que yo, la persona más maravillosa del mundo, que está presente en esta sala. Todo cuanto sé se lo debo a él, a sus cuidados y a su bondad. Esa persona es mi papá y pido que suba al escenario, para colocarle yo mismo su medalla.
Mientras Vivaracho hablaba, yo sentía que mi corazón palpitaba alocadamente en mi pecho e hice desesperados esfuerzos para que las lágrimas no se asomaran a mis ojos. Al fin, viendo que las miradas de todos los presentes estaban clavadas en mí, me levanté como pude sintiendo que mis piernas estaban a punto de flaquear. Subí al escenario y sin poder contener más mis lágrimas estreché contra mi corazón a aquel hijo que en tan magnifica hora Dios me había regalado. Y así estuvimos largo rato abrazados, hasta que nuestros corazones se hubieron calmado; fue entonces cuando pude percatarme de que todavía la gente continuaba de pié, aplaudiéndonos, y Vivaracho colocó rápidamente en mi cuello la medalla que tan merecidamente él había recibido. La verdad es que ese momento nunca lo olvidaré mientras viva.
Y los meses continuaron sucediéndose, hasta que una tarde en que Vivaracho había salido al parque a jugar béisbol con sus amigos se apareció en nuestra casa un señor que dijo ser el padre legítimo de Vivaracho.
Al oírle, el corazón un brinco irregular me dio y un nudo en mi garganta se formó, y pensé con un dolor infinito: “se acabó mi felicidad. Me van a quitar a Vivaracho”. Y negros presagios se agolparon en mi mente, y por un segundo, atisbé la imagen de mi propia muerte.
Y aquel señor, que acusaba huellas de sufrimiento en su rostro maltratado, se dirigió a mí en los siguientes términos:
- Vine a agradecerle personalmente los cuidados y atenciones que le ha brindado a mi hijo.
Yo nunca pude encargarme debidamente de él, porque quiso la fatalidad que estuviera muchos años preso, lejos de aquí, por un delito que no cometí. Y mi pobre esposa, la madre de Vivaracho, a quien amé muchísimo, del pesar se murió; pues, como jamás regresé a su lado, creyó con razón que los había abandonado para siempre. Ahora Vivaracho me cree muerto y quiero que siga siendo así, para que al menos guarde un buen recuerdo de mí, y así pueda yo, en mi amarga soledad, tener el consuelo de pensar que mi hijo, al que quiero más que a mi propia vida, venera y respeta la memoria de su padre muerto.
Yo pienso irme al extranjero, donde me ofrecen un empleo y donde tal vez pueda rehacer mi vida; pero vine aquí porque quería decirle estas cosas y para pedirle un gran favor; Adopte a Vivaracho como hijo. Sé que va a ser muy difícil, que yo regrese, y quiero dejarlo en sus manos, porque sé que con usted estará debidamente cuidado y protegido.
En silencio, estremecido de emoción, abracé a aquel señor y le dije estas palabras, salidas de lo más hondo de mi corazón:
- Usted no tiene por que abandonar a Vivaracho. El tiene derecho a saber que su padre vive y que lo quiere mucho.
Le ofrezco un hogar junto a nosotros y así podrá proporcionarle a su hijo la alegría de tenerlo junto a él, no solo a un padre sino a dos, porque los dos seremos los mejores padres para Vivaracho, y nos dedicaremos en cuerpo y alma a su protección, a su educación y a hacer de él un hombre de bien.
Y aquel buen hombre otra vez me abrazó, llorando nuevamente; pero eran lágrimas de infinita alegría las que ahora vertía su atribulado corazón.
Cuando al fin la emoción le permitió hablar, me dijo:
- Será como usted dice. Le agradezco este gesto con todo mi ser. Se ve que todavía quedan almas caritativas en el mundo. Yo dedicaré mi vida, de hoy en adelante, a no defraudarlo. Le prometo que nunca le daré motivos para arrepentirse de su generosidad. Seré el mejor padre para Vivaracho. Y a usted lo honraré y respetaré como al hermano que nunca tuve y que siempre quise tener. Estoy convencido de que entre los dos haremos de Vivaracho el niño más feliz del mundo.
Ya con esa decisión tomada, nos preparamos para darle la buena nueva a Vivaracho. Este, con los ojos muy abiertos por el asombro, nos escuchaba con total incredulidad.
De pronto, llorando de felicidad, emprendió veloz carrera hacia su padre y se abrazó fuertemente a su cuello. Los sollozos del niño hacían temblar inconteniblemente su delgado cuerpecito, y así se mantuvo durante un buen rato. Luego, ya calmado, elevó sus grandes y negros ojos hacia el crucifijo que colgaba en la pared, y dijo:
Gracias te doy por no haberme olvidado,
nunca en ti, la fe di por perdida;
nunca en ti, la fe di por perdida;
hasta ayer ningún padre tenía
y en mi pecho había angustia no más;
y hoy dos padres has puesto en mi vida,
que me quieren los dos por demás.
Ahora pido señor, de rodillas,
Ahora pido señor, de rodillas,
que ninguno se vaya jamás.
Y ambos, conmovidos hasta lo más hondo, nos abrazamos a Vivaracho con nuestros corazones rebosantes de amor y de ternura. Y yo tuve la certeza en ese instante, de que comenzaba para nosotros un larguísimo período de dicha y de felicidad.
Y Vivaracho vivió feliz toda su vida a nuestro lado, se hizo hombre de bien, y de la universidad graduado, con una mujer buena y linda se ha casado, y este cuento, y este cuento, y este cuento, se ha acabado.
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