domingo, 22 de mayo de 2016

VIVARACHO, EL NIÑO QUE NACIÓ POETA
























LA INCREIBLE Y VERÍDICA HISTORIA DE VIVARACHO, EL NIÑO QUE NACIÓ POETA

Hola. amiguitos, les presento a Vivaracho. El es un niño de siete años que nació poeta. Cuando lo conocí, estaba llorando aferrado al portón de su escuela y le escribí el siguiente poema:


¿Qué tendrá aquel niño
qué tendrá, mi Dios;
que llora de pena
en aquel portón?

Angelito tierno,
querubín de harina,
con los ojos llenos
de agua cristalina.

Venga acá  mi niño
¡quitipón mojado!
llore con su amigo
que yo le acompaño.

¿Fue por su uniforme
roto y arruado
que de él se han reído
que de él se han mofado?

¿Por qué le hacen esto
al niño más dulce
que tiene el colegio?

¿Será porque el  dulce
que hay en su interior
no es dulce de azúcar,
es de papelón?

¿Quién no siente arrugas
en el corazón,
cuando mira a un niño
que llora de pena
porque su escuelita
le cerró el portón?

Y lo convencí para que no continuara llorando, diciéndole:
- Vivaracho las lágrimas de un niño son perlas muy valiosas y no es bueno  dejarlas brotar  para  que  sean  consumidas  por el  polvo  del camino.
Y Vivaracho enseguida dejó de llorar y, con voz dulce y entrecortada, de su vida me empezó a hablar. Me contó, con tristeza, que sus padres habían muerto, que estaba viviendo con una señora muy pobre que le había dado cobijo en su casa y que él iba a la escuela porque quería aprender todas las cosas que no sabía: por qué  las nubes  corrían, por qué el cocuyo alumbraba y por qué la mar rugía.
Y a mi casa conmigo lo llevé, su franelita del colegio le lavé y su arrugado pantaloncito le planché. Y lo vestí,  mientras  tanto, con una de mis camisas y nos reímos muchísimo porque, de lo grande que le quedaba, la camisa por el suelo le arrastraba.
Y merendamos con pan y con queso y bebimos jugo de naranja: y noté cómo Vivaracho se fortalecía y se animaba, ¡cuánta hambre acumulada debía tener aquel inocente!
Después de comer, apoyados ambos codos sobre la mesa y descansando su carita entre las manos, Vivaracho se quedó mirándome con sus grandes y dulces ojos y me dijo de pronto:

- ¿Quiere ser mi padrino?
Y yo, totalmente emocionado, le contesté:

Seré tu padrino,
tu serás mi ahijado;
padrino y ahijado,
ahijado y padrino;
la misma esperanza,
el mismo camino.

Y  Vivaracho  se puso  muy  contento y  me  abrazó  y  dos  lágrimas  rodaron  por  sus  pálidas  mejillas.  Me  dijo  que  lloraba  de  alegría,  porque  al  fin  había  hallado  a  alguien  que  lo  quisiera,  que  ya  no  sería  tan  huerfanito  porque  al  menos  tenía  un  padrino.  Y  entonces,  recitó  lo  siguiente:

Mamá  se  acostó,
mamá se  durmió;
me  encuentro  solito
y mi  corazoncito
no  aguanta  el  dolor.

Mamá  se  durmió
¿quién  me  cuidará
si  ayer  mi papá
también  se marchó?

Mamá  se  acostó,
mamá  se  durmió;
¡papá  se  murió!
¡mamá  se murió!

Y  ambos   lloramos   por  sus  padres  muertos  y  llora  que  llora,   se  durmió  en  mi  pecho;  y  como   quien  lleva  un  frágil   muñeco,  con  delicadeza  lo  acosté  en  mi lecho.   Después  lo  arropé   y  cuando   lo  arropaba  ¡qué  tierna  sonrisa   de  su  alma  flotaba!  Y   una  honda   ternura   invadió  mi ser  y  me   prometí   por  siempre  cuidarle  y que  nunca,   nunca  iba  a  abandonarle.

Y  con  la  determinación,  ya  tomada,  de  ayudar  a  aquel   niño  y  con  la  tranquilidad  de  conciencia  que  proporciona  el  saber   que  se  está  realizando   una  buena  acción,   me   dispuse  también  a  dormir,   porque   el  cuerpo   necesita  descansar  y  acumular   energías   para  enfrentar  las   tareas  que  le  esperan  al  otro  día.   Y  cuando   me  dormí,   mi   mente   soñaba  que  un  hijo  bendito  el  Señor   me  daba;  y  que  Vivaracho  también  se  llamaba…

Nos  despertamos  muy  temprano  y  Vivaracho,  después  de  decirme  “la  bendición  padrino”,  exclamó:

Amanecer
¡que  bella  palabra!
juegan  a  concierto,
los  grillos  del  alba,
los  pájaros  trinan
y  la  selva  canta.

Y yo  pensé:  “este  niño   es  un  poeta  de  verdad”.  Y  para  estar  a  tono  con  él,  dije:
Quien   temprano  se  levanta,
sorprende  al  alba  dormida,
a la noche  que  se marcha
y al  despertar  de la  vida.

Quien  temprano  se levanta,
ve el  rocío  en los  capullos,
oye  el canto  de la  fauna,
ve el  huir  de los  cocuyos.

Ve  los  rizos  de la  aurora,
que  el  sol  peina  de  reflejos;
siente  el goce  de la  flora
¡y  el  llorar  de los  luceros!

Y se  quedó   pensativo,   ¡quien  sabe  qué  cosas  bullían  en  su  cabecita  despeinada! Y,  para  animarlo,  le dije:

Dos  cosas  me   impresionaron
la  vez  que  te  conocí:
unos   ojos  como  platos
y  tu  mocosa  nariz.


Y   riéndose   mucho  salió  corriendo  a  bañarse,   mientras  yo  me   disponía  a  preparar  el  desayuno.  Y  él   desde  el  baño  y  yo  de la  cocina,   seguimos  conversando  e  inrtercambiándonos  poemas.   Él  me   habló   del  agua  que  en  ese momento   sobre  su   cuerpecito   caía  y  yo  del  huevo   de  gallina  que  en  ese  instante  le  freía:

EL  AGUA

EL  HUEVO

El  agua  es  la  fuente
sin  par  de la  vida, 
la  savia  potente
que  Dios  nos  envía.

Preciosa  y  vital,
recibe  mi halago,
seas  de  manantial,
de  río  o  de  lago.

El  agua  de  mar,
azul  de  mis  sueños;
edredón  de sal, 
de  infinitos  dueños.

La  lluvia  es  licor,
que la  tierra  clama;
lágrimas  de  amor,
que  el  cielo  derrama.

Sin  el  agua,  es cierto,
nada  crecería,
y  un  mundo  desierto;
el  nuestro  sería.


Casita  sellada,
con la  vida  adentro;
paredes  pintadas
de blanco  color;
clara  y  amarilla,
tu  decoración,;
eres  maravilla
de la  creación.

Casita  sellada,
con la  vida  adentro;
precioso  alimento,
¡síntesis  de  amor!


Y  le  hablé  de las  vitaminas   que  contenían  los  alimentos  del   desayuno  que   preparaba:  y  él,  ya  vestido   y  asomado  a  la  ventana,  me  habló   de  la  belleza  de  la  vida:



LAS  VITAMINAS

LA  VIDA

Necesarias en extremo,
así son las vitaminas;
y tomar muchas debemos, si no el cuerpo no se anima.

Alimentos hay muy buenos,
que vitaminas contienen; como ejemplo citaremos. aquellos que más las tienen.

La zanahoria contiene  A,
el hígado y la leche B, espinaca y tomates K.
 naranja y limones C.

El pescado muchas tiene,
 pero en él reina la E;
las frutas, la P contienen
y el sol activa la D.

Por último, te aconsejo
una dieta balanceada;
si quieres llegar a viejo,
sin la salud quebrantada.

La vida, ¡qué bella es!, ¡milagro del Creador!, ¡espectáculo bullente!
¡la maravilla de Dios!

Los cocuyos son los ojos
de angelitos que nos miran, los grillitos son el coro celestial que Él nos envía.

La lluvia, la bendición;
la primavera, alegría;
y la luz es la esperanza,
que da frutos cada día.

Después  de  desayunar,  salí   y  le   compré   ropa  y  zapatos  a  Vivaracho.  Luego,  lo   inscribí    en   una   nueva   escuela,   cercana   a   mi   casa;   y    después,   fui    a   notificarle  a  la   señora   en  cuya  casa   vivía  Vivaracho,  de  mi  disposición   de  adoptarlo   como  hijo.   Los  vecinos   se   alegraron   mucho  con  la  noticia  y  me   contaron   que  la  malvada   señora   explotaba  tanto  a  Vivaracho,  que  hasta  le  hacía   realizar   labores  de   pordiosero.  Ya  en  el     trayecto   a  mi casa,   escribí   el  siguiente  poema:

EL   PORDIOSERITO

Una  lismosnita
por  amor  de  dios;
una  limosnita
denme,  por  favor.

El  alma   desagarra
escuchar   su  voz,
¡pidiendo  limosnas,
un  niño,  señor!

Un metro tan sólo,
levanta  del   suelo,
tendrá   unos  cinco  años,
¡y  ya  es  pordiosero!

Y  le  di  mi  abrigo,
y  le  di   mi  pan,
y  le  di   un  abrazo
como   de  papá.

Y,  así,   por instantes
lo  tuve   abrazado;
para  que  no   viera
mi  rostro   mojado.

Y  cuando   se  fue,
atisbé  un  sonrojo;
y  una  lagrimita,
¡danzaba  en  sus  ojos!


Vivaracho  se contentó   mucho   por  la  ropa  y  los  zapatos  que  le  compré.  Después  me  llevó   hasta   la  cocina  y  me   sirvió   un  vaso   de  jugo   de  mango,  bien  frío,   que  había   preparado   en  mi  ausencia.   ¡Qué  sabroso   estaba!  Mientras   lo  bebía,  Vivaracho   me  recitó   un  poema   que  tituló  “El  Manzano”,   y  me   extrañó muchísimo   que  me   fuera  a  hablar   del   manzano,  si  lo   que  estábamos   tomando   era  jugo  de  mango;  pero  al  oír  la   última  estrofa,  comprendí   por qué   lo  hacía   y  dije   para  mis   adentros:  “que  niño  tan  inteligente”.
EL  MANZANO
El  manzano   está  rabioso
bota  las  hojas,   bota  las  hojas.

De  la  furia   se  estremece,
y  de  sus  ramas   se  despoja. 

El  manzano   está   celoso,
porque   oyó   decir   a  un  niño
que   el  mango   era  más  sabroso.


Como Vivaracho tenía que asistir a su nueva escuela el lunes siguiente, decidí  invitarlo, el domingo previo, a un baño de mar en una playa distante algunos kilómetros del pueblo.

El se puso contentísimo y en el camino comenzamos a hablar de todos los carros que conocíamos, de los de verdad y de los de juguete también.

Él me describió un carrito que había construido hacía algún tiempo:

Una tabla lo formaba
y cuatro ruedas de jabillo;
con una cuerda lo halaba,
era el carro de un chiquillo.

Y  yo le respondí a mi vez:

Un simple clavito
y un palo de escoba;
y tienes un carrito
de tapa’e  perola.

Y así, hablando y riendo, llegamos a la playa, que era de arena fina y muy blanca. Y recordando mis tiempos de niño, le dije a Vivaracho:


Tenía yo unos diez años
y no conocía el mar;
y mis padres acordaron
en él irnos a bañar.

Mi equipaje acomodé
la noche antes de salir;
y temprano me acosté,
pero no pude dormir.

Y cuando estuve trente al mar
y vi su azul uniforme;
fui sincero al exclamar.
¡qué laguna tan enorme!



Y me quedé esperando la risa de Vivaracho y miré hacia él. Se encontraba extasiado, como en trance, mirando al mar. Y pensé que se había entristecido por la mención que hice de mis padres, que a lo mejor le recordaron su condición de huerfanito. Pero Vivaracho, como quien sueña despierto, con dulce y clara voz comenzó a declamar::

¡Qué bella es la tarde
cuando el mar refleja,
la luz moribunda
del sol que se aleja!
iQué bella es la tarde
frente al mar en calma!
Todo el sentimiento
nos brota en oleadas
y  aquella quietud,
tranquiliza el alma.

Disfrutamos toda la tarde de las delicias del mar, comimos ostras con jugo de limón  y empanadas de cazón y bebimos guarapo de papelón con limón: e hicimos un castillo de arena, que de tan alto, tan alto, se vino abajo; y reímos a más y mejor; y corrimos y corrimos bastante por la playa.

Y ya al caer de la tarde, cansados pero felices, emprendimos el regreso a casa. Y Vivaracho dijo, durante el camino: “Gracias padrino, nunca había sido tan feliz en mi vida”. Y yo, abrazándolo, lo estreché contra mi corazón; y Vivaracho durmió, así,  el resto del trayecto.

Al llegar a casa, lo llevé cargado hasta su cama y, entre dormido y despierto, me dijo: “Padrino, cuéntame un cuento”. Y yo, que tenía años sin oír ni contar un cuento, acordándome de uno le dije:

EL COMETA

Desde el cielo  azul bruñido,
un cometa, muy chiquito.
se ha caído;
y una niña, muy bonita,
lo ha encontrado en su camino,
aporreado y mal herido,
por el golpe recibido.

Y lo cuida con esmero,
amor  y con cariño;
y el cometa,  agradecido,
su larga cola le cede,
para que se haga un vestido.


La niñita, emocionada,
en la frente le da un beso:
y el cometa, con e! beso,
en mortal se transformó.
No podrá regresar ya,
dijo adiós a sus papás
y en la tierra se quedó.

Desde entonces,
cada siglo,
cada siglo que ha pasado,
el cometa es saludado
por su padre y por su madre,
con el cielo iluminado;
y una estela muy brillante,
es la huella que han dejado.

Y  este cuento,  y  este  cuento,
este cuento, se ha acabado.


- ¿Te gustó? — Le pregunté. Pero ya Vivaracho se hallaba profundamente dormido. Le di un beso en la frente, lo cobijé y me fuí yo también a acostar, pues al día siguiente había que levantarse muy temprano, para que Vivaracho asistiera puntualmente a la escuela.

Y se fue al colegio contentísimo: bañadito, peinadito y con su uniforme planchadito: y al regresar no paraba de hablar de su nueva escuela: que si la maestra,  que si los números, que si las letras…
Me dijo que la maestra les había leído un cuento en forma de poema, que se llamaba “La Isla de la Alegría” y que dice así:

En una isla  del  Mar Caribe,
un pirata solo vive.

Es muy huraño y a los extraños
con disparos los recibe.

Una mañana halló en la playa
a un niñito que moría.

Y lo cuidó y se convenció
de que el niño viviría.

Le hizo una casa,
con una plaza,
donde el niño jugaría.

Y él sentadito
en su silloncito,
de la puerta lo vería.

Y desde allí, fue muy feliz
el pirata que reía
las travesuras y mil diabluras
del niño que era su vida.

Más no fue huraño
y a los extraños
con abrazos recibía.

Y cuenta la gente.
que era tan frecuente
que el pirata se reía,

que su isla amada,
fue bautizada
como “isla de la Alegría”


Cierto  día. Vivaracho regresó triste de la escuela, porque según dijo le había dicho una mentira a un niñito que  lloraba  porque  le  habían  llamado  “negro”,  en  forma  despectiva:

Un niñito negro estaba,
desolado en un banquito;
y yo que lo contemplaba,
le dije así al muchachito:

No llores más amiguito,
no me  importa tu  color;
por ti siento el mismo amor,
que siento por mi hermanito.

- Tu sabes que yo no tengo hermanitos, pero el pobre niñito se lo creyó y se alegró mucho con lo que le dije.

- Vivaracho — le respondí con ternura — A veces las mentiras pueden justificarse. Se llaman “mentiras piadosas” y se utilizan para evitar un daño a un semejante. Si tu hiciste feliz a ese niñito con lo que le dijiste, entonces estas justificado por cuanto así evitaste que él continuara llorando y afligido. Pero no se debe abusar del uso de las mentiras piadosas y sólo deben utilizarse cuando no queda más remedio. En este caso has hecho muy bien, porque nunca se deben discriminar a las personas y mucho menos por su color. Además, si llamaste a ese niñito “negrito”, en forma cariñosa, así está bien que lo hagas, vero los motes dichos en forma despectiva o de burla, nunca deben usarse. Y recuerda — le dije sonriendo- que tu también eres bastante trigueñito.

Vivaracho sonrío me dijo que había comprendido todo lo que le había dicho, que él jamás diría una mentira de ahora e adelante y que nunca se dirigiría a un semejante en forma burlona despectiva o irrespetuosa.

Se  dirijo a su habitación y pasó allí toda la tarde haciendo las tareas que la maestra  le había encomendado: una plana de las letras vocales y repasar los números del uno al veinte.

Después de cenar, nos sentamos en un banco del jardín y estábamos contemplando las estrellas del cielo, cuando le manifesté que al día siguiente comenzaría a realizar los trámites necesarios para adoptarlo como hijo.

El pobre niño se me quedó mirando fijamente y dos gruesas lágrimas resbalaron por sus bronceadas mejillas. Me abrazó en silencio y yo, conteniendo las ganas de llorar también, le dije:

- No seas tonto Vivaracho, ¿por qué lloras? ¿es que acaso no deseas ser mi hijo? Y él respondió que si, moviendo de arriba abajo su cabecita,  puesto que era incapaz de articular  palabra alguna, tal era la intensidad de la emoción que lo embargara.

Y cuando al fin se calmó, con una vocecita que semejaba el arrullo del viento en una noche cálida,  me preguntó:

- ¿Papá, qué es para ti un hijo?

Por momentos nada pude responder. Un extraño nudo se había formado en mi garganta y el corazón me latía con fuerza inusitada. ¡Con qué ternura Vivaracho acababa de llamarme “papá”!. ¡qué hondo sentimiento me unía ya a aquel niño, que hace tres días ni siquiera conocía!. ¿sería el propio Dios que lo puso en mi camino, para hacerme conocer la dicha de tener un hijo? Cuando la emoción me permitió por fin hablar, dije con todo el sentimiento que impregnaba mi ser en ese momento:

Un hijo es un lucerito,
que alumbra nuestra ilusión;
un hijo es un pedacito
de carne del corazón.

Un hijo, siempre es bendito;
un hijo, siempre es amor;
un hijo es un angelito,
enviado por el Señor.

¿Qué cosa habrá más bonita,
que un hijo aprendiendo a hablar?
Su lengua entrecortadita,
su inocente balbucear...

¿ Y qué cuadro parecido,
por lo tierno y delicado,
que un hijo nuestro dormido,
con su peluche abrazado?

Cuando un hijo nuestro grita,
cuántas veces sin razón,
el corazón se nos crispa
de angustia y de desazón.

Cada vez que un hijo llora,
acuden en un tropel
mil madres en una sola
y todas lloran con él.

Si un hijo en peligro está,
se nos parte el corazón
y en trocitos partirá,
en pos del hijo en cuestión.

Y cuando un hijo se muere,
cuando al cielo se nos va,
se lleva con él la paz,
dejándonos la agonía;
se va también la alegría,
para no volver jamás.

Y Vivaracho, hondamente conmovido, se abrazó a mi cuello y yo sentía sus lágrimas correr por mi piel y las mías mojaban su alborotado cabello; y un estremecimiento, mezcla de angustia, miedo y dolor, recorrió ‘de pronto todo mi ser; pues llegó a mi mente en ese instante un negro presentimiento: que más temprano que tarde iban a separarme de este niño,  a quien ya quería tanto como si fiera mi propio hijo.

Y así abrazado a mi cuello, lo conduje a su habitación, el me pidió que le permitiera por esa noche dormir en mi cama. Y lo complací y durmió acurrucado junto a mí y pude constatar cómo en su carita brilló toda la noche la incandescente llama del filial amor.

Al día siguiente. Vivaracho regresó muy contento de la escuela y me dijo que ya sabía las diez primeras letras del abecedario y como yo puse cara de no creerle, me dijo: “ya te lo voy a demostrar”:

A la A, sigue la B
y enseguida está la C;
y muy juntas después vienen
la CH y su amiga la D.

La E en Ejido se ve
y en Falcón vive la F;
y luego viene la G,
que en Guayana se aparece.

La H es muda, eso dicen.
y después viene la I;
y ya es bueno que revise,
las diez letras que aprendí.


Cuando finalizó, lo felicité y le dije:

- Ahora debes aprender a contar y a conocer los números. Los que van del 1 al 9,  además del 0, se llaman dígitos. Con ellos puedes formar cualquier número, por muy grande que sea. Para que los memorices más fácilmente, escucha lo siguiente:


9
 
 

El Nueve,
la cabeza a un lado tiene.

8
 
 

EL ocho,
igual que un bizcocho.


7
 
El siete,
una cruz con sombrerete.

6
 
 

El seis,
la semilla de un merey.

5
 
 


EI cinco es como una  “S”


4
 
y al cuatro no se parece


3
2
1
0
 
 

Son tres, árabe, chino y francés.



El dos es uno más uno
y el cero es como ninguno.

Y ahora dilos, como es normal,
en su orden natural:
uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve y cero.

¿Quién los dijo primero?
¡Se ganó este caramelo!

- Y ahora — dijo Vivaracho entusiasmado — me vas a enseñar a contar del uno al mil. que es el último número.

- Estas equivocado, Vivaracho - le respondí - El mil no es el último número, ni  siquiera el mil veces mil. No existe un último número, porque cuando tu encuentres un número que creas que es el último, siempre le podrás sumar otro y te aparecerá entonces un número mayor que el que tenías, ¿entiendes?

Respondió que sí, no muy convencido, y yo le dije:
- Bien, escoge cualquier número, el que tu creas el mayor de todos, y yo te hallaré enseguida otro número mayor que ese.

Se quedó pensando un rato y de pronto dijo:
- ¡Ah, pero sí es muy fácil! Si yo escojo el diez mil,  entonces tu, con añadirle uno, obtendrás el diez mil uno, que evidentemente es mayor que diez mil.
 - Así es Vivaracho, veo que has comprendido, de todas maneras escucha lo siguiente:

CONTAR

Uno-dos, tres-cuatro-cinco,
¿hasta dónde contaré?
Seis y siete, y ocho y nueve,
¿cuándo, cuándo pararé?

Cuenta-cuenta-cuenta-cuenta,
Cuenta-cuenta-cuenta más;
que por mucho más que cuentes,
al final no llegarás.

Diez y once, doce y trece,
catorce y quince después;
dieciséis y diecisiete,
¿cuándo, cuándo acabaré?

Cuenta-cuenta-cuenta-cuenta,
cuenta-cuenta-cuenta más;
que por mucho más que cuentes,
al final no llegarás.


Y así fue transcurriendo el tiempo y Vivaracho iba aprendiendo muchas cosas en la escuela. Y mientras más aprendía, más preguntaba y más entusiasmado se veía. Cada día regresaba con algo nuevo que contar. Me habló, siempre utilizando su lenguaje poético, de Julián, el compañerito nuevo; de Tomás, el niño más flojo y desaplicado del salón; de Leonor,  la niñita que se enfermó; de Pedrito; y de todas las cosas que le sucedían en la escuela:


JULIÁN

Julián se llama el niñito,
que vino nuevo a la escuela;
y trajo su cuadernito
su lápiz y su lonchera.

Le dimos un regalito,
cara que bien se sintiera:
¡un aplauso de niñitos,
que vibró en toda la escuela!


LA LECHINA

Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, seis.... ¡qué horror!
¡Cómo se le ha puesto
la piel  a  Leonor!

De lunares llena,
parece una mina.
¿Y qué le pasó?
¡Le dio la lechina!

LA  CAJA  DE  CRAYONES

Hoy la emoción de Pedrito,
no tiene comparación;
se levantó tempranito
y a la escuela se marchó.

Y tan pronto allí llegó,
abrió su maletincito;
y su cuaderno sacó,
comenzando un dibujito;
y apenas lo terminó,
otro empezó al momentito.

Estaba tan cambiadito,
que un vivaz compañerito
extrañado comentó:
-A Pedro algo le pasó...

Y enseguida él contestó:
- No seas curioso, amiguito
dedícate a tus lecciones,
lo que a mí me sucedió
fue que papá me compró
¡una caja de crayones!


EL FLOJO

El  flojo viene corriendo,
tropezando con la gente;
llega a casa diciendo,
“por poco no saqué veinte”.

Y a que usted se equivocó
y todo  aquel  que  pensó,
que  diecinueve ha  sacado
porque  lo que  sucedió
fue que  el veinte  lo sacó
¡el  que  se  sienta  a  su  lado!


LA  CARTILLA  NUEVA

La niñita entra al salón
muy contenta, muy contenta:
y le dice a la maestra:
-Quiero mudar la lección.
Y le da una explicación,
que a todos  perplejos  deja;

- Quiero mudar la lección,
para llamar la atención,
pues tengo cartilla nueva.

Y Vivaracho me hablaba de la escuela con tal entusiasmo, que casi me daban ganas de volver a ser un niño en edad escolar, para poder acompañarlo diariamente a la escuela y disfrutar con él del inmenso placer de aprender y de la alegría de jugar con todos los niñitos en el recreo. ¡Recreo! ¡Cuántas emociones y cuántos recuerdos me trae a la mente esa palabra!

EL  RECREO

Brinca feliz la pelota
y la cuerda se encabrita;
y a las metras se les nota,
en el rostro una sonrisa.

Caramelos, golosinas,
empanadas,  pastelitos;
hacen  temblar  las  vitrinas.
saltando  como  chiquitos.

¡Todos bullen de contento!,
a ninguno bravo veo;
y es que dentro de un momento,
suena el timbre del recreo.



Cuando  llegó   el  “Día  del  Maestro”,  todos  los  compañeritos  de  Vivaracho  le  pidieron  que  escribiera  algo  para  homenajear   a  los   maestros,  pues   todos   reconocían   los  dotes   de   poeta   que  Vivaracho   poseía.   Y  escribió   el  siguiente   poema,  que   debía  ser  recitando   por  él   ante   todos  los  maestros.

AL  MAESTRO  EN  SU  DÍA

Me corresponde asumir,
un compromiso que honra;
algo hermoso que decir,
del árbol que nos da sombra.

Yo que he visto la humildad,
con que ejercen su carrera;
les digo con propiedad,
que maestro  no es cualquiera.

Es más que un ilusionista,
pues saca de su turbante
las perlas más exquisitas,
sin  haberlas  metido  antes.

Nacemos  sin  intelecto,
carentes  de  brillo  y  forma;
y el orfebre del maestro,
en alhajas nos transforma.

Somos ríos que en la vida,
vamos corriendo hacia el mar;
y el maestro es garantía,
de que logremos llegar.

Por eso en magno homenaje,
de admiración y respeto;
el alumnado hoy se inclina,
en honor a sus maestros.

Los maestros, todos, se contentaron muchísimo: y abrazaron a Vivaracho y alabaron su inteligencia; y colocaron su poema en la cartelera de la escuela.

Y cuando regresó al salón de clases, todos los niñitos que allí se habían congregado irrumpieron en aplausos y hurras a Vivaracho. Él, emocionadísimo y con lágrimas en los ojos, agradeció aquel gesto de sus compañeros; y corrió hasta nuestra casa y, todavía lloroso, me contó todo lo sucedido en la escuela.

Yo lo felicité con un abrazo y le dije que celebraríamos aquello, después del  almuerzo, comiéndonos una torta de chocolate que había comprado para la ocasión.

A Vivaracho enseguida le brillaron  los ojos de alegría, y me respondió:
- Bueno, padrino. ¿y  qué estamos esperando para ir a almorzar?

Cada tarde, Vivaracho responsablemente hacía todas las tareas que le encomendaba la maestra y en las noches nos sentábamos a conversar en un banco del jardín y yo le hablaba de las cosas que él no conocía y él preguntaba y preguntaba hasta que a veces yo no sabía qué responderle.

En algunas ocasiones le contaba anécdotas, chistes o cuentos. Uno de los que más le gustaba oír era el cuento del cometa y cada vez que se lo contaba se quedaba mirando hacia el cielo, tratando de adivinar cuáles de aquellas estrellas podrían ser los padres del héroe de nuestro cuento. Otro cuento que le gustaba mucho era el de “La abeja y el tucusito”:

Un tucusito,
se deleitaba
con el néctar de una flor,

Y una abejita,
que lo observaba,
le dijo que era un ladrón.

El tucusito,
muy enfadado,
le pidió una explicación.

y la abejita, le respondió:
“porque yo planté esa flor”

muy apenado, el tucusito,
le dijo “tienes razón”.

“Yo buscaré
por los jardines,
hasta encontrar otra flor”.

Dijo la abeja,
arrepentida,
“no tienes que ir a otra flor”.

“Esta es hermosa
y muy sabrosa
y alcanza para los dos”.

Y yo le decía:
- Vivaracho, tienes que aprender de la abeja y del tucusito. Del tucusito, porque siempre debemos respetar lo ajeno y reconocer cuando algo no nos pertenece y de la abeja, porque siempre debemos estar prestos a arrepentimos de nuestras malas acciones, a enmendar nuestros errores y  a compartir lo que tenemos con quien más lo necesite.

Y así fueron pasando los meses, hasta que finalizó el año escolar; y Vivaracho, muy contento, me anunció que había sido promovido con las más altas calificaciones al segundo grado.

Y le hice un regalito que le gusto mucho: un libro de cuentos y poemas que le había comprado hacía algún tiempo y se lo tenía guardado para la ocasión. El, de un salto se abrazó a mi cuello, me dio las gracias y me prometió que lo iba a leer, todito, todito, durante las vacaciones.

VACACIONES

Júbilo, alegría,
bullir de sonrisas;
cascabel de niños,
en la fresca brisa.

En tropel  se alejan,
forjando ilusiones;
la dicha inundando,
ya sus corazones.

Son las vacaciones,
que empiezan ahora:
los muchachos ríen
y la escuela llora.

Durante las vacaciones nos divertimos muchísimo. Viajamos por todo el país. Trepamos a montañas tan altas que parecían tocar el cielo, como gigantes con cabellos de nubes. Y visitamos los llanos, con sus llanuras tan parejitas que, en lugar de sabanas, parecían inmensas sábanas verdes. Y disfrutamos del mar, de los lagos y de los ríos. Y Vivaracho me preguntó que de dónde venían los ríos y yo le respondí que los ríos eran como caminos de agua que nacen en las montañas y se pierden en el mar. Y pusimos barquitos de papel en el agua y vimos cómo el río se los llevaba y escribimos entre los dos el siguiente poema:

¿ADÓNDE IRÁN?

¿Adónde irán
los barquitos de papel.
que en el agua pone uno?

¿Adonde irán
las estrellas a brillar,
cuando el cielo no está oscuro?

¿Adonde irán
los suspiros que al querer,
le brotan del alma a uno?

¿ Y adónde irán
los niñitos a jugar,
cuando dejan este mundo?

Cuando visitamos las montañas, Vivaracho se sorprendo mucho; porque, cada vez que gritaba, el eco le devolvía el grito. Como era la primera vez que presenciaba este fenómeno. Vivaracho pasaba horas gritando su nombre al viento:

¡Vivaraaacho.! Y el eco le respondía: ¡..aaacho.! Y Vivaracho se desternillaba de risa cada vez que lo oía. Ya en la tarde, cansado de gritar, compuso el siguiente poema:

EL ECO

Es el eco el que devuelve
el tañir de las campanas,
el rugido de los cielos
y los gritos de la fauna

Es el eco el que repite,
…ite, …ite, …ite
con voz ausente y lejana,
tu grito en una montaña.

Y aquel que impregna su voz,
de resonancias extrañas;
y con el viento te llama,
…ama, …ama, …ama

Viajamos, también, a La Gran Sabana y conocimos sus impresionantes tepuyes y sus caudalosos ríos. Y Vivaracho quedó admirado e impresionado con la majestuosidad del Salto Ángel y del Orinoco; y con la impetuosidad y turbulencia del Caroní y de los saltos del río Carrao. Visitamos, también, la Represa del Guri y las grandes empresas de Guayana y nos percatamos del enorme potencial industrial que tiene Venezuela.

Luego, hicimos un recorrido por las principales ciudades del oriente venezolano. De ellas, la que más le gusto a Vivaracho fue Maturín, la capital del estado Monagas, por sus limpias calles, sus bien cuidadas avenidas y su frondosa vegetación.

En Monagas conocimos del gran potencial petrolero del país. Vimos de cerca los taladros y balancines que sólo habíamos visto en libros y en revistas. Y los atentos trabajadores de la empresa petrolera, en Punta de Mata, nos explicaron pacientemente para qué se utilizaba cada maquinaria. Y Vivaracho preguntó y preguntó y al final quedó contentísimo, porque al fin sabía cómo se extraen el petróleo y el gas del subsuelo, cómo se obtienen la gasolina y demás subproductos y por qué se le da al petróleo el nombre de “oro negro”.

Después de que Vivaracho hubo declarado sentirse satisfecho con tantas explicaciones, los trabajadores nos invitaron a comer un suculento sancocho de guaraguara, un pez propio de los ríos de la región; y Vivaracho comió y comió hasta que no pudo más.
Y luego, al despedirse de ellos, le regalaron un casco con el logotipo de la empresa y Vivaracho les declamó lo siguiente:

Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
y un campo verde adornado,
por matas de margo tín.

Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
salúdame a tus hermanos,
Caripito y Jusepín.

Punta de Mata,
un taladro, un balancín;
bello pueblo de Monagas,
te recordaré hasta el fin.

Y así, conocimos muchas ciudades y pueblos y a muchísimas personas que nos brindaron hospitalidad y cariño. Y aprendimos a querer a la naturaleza y supimos de plantas y de animales que no conocíamos y Vivaracho aprendió a reconocer las voces de los animales:

A todo animal le dio,
el Señor, una voz bella;
y el sonido de esa voz,
se llama onomatopeya.

La voz del perro es ladrido,
las palomitas se arrullan,
la del cuervo es un graznido
y  los gatitos maúllan.

El pollito pía y pía,
la gallina cacarea,
el gallo quiquiriquía
y los chivitos berrean.

Trina, trina el pajarito;
Croa,  croa  la ranita;
osa, osa el marranito;
bala, bala la ovejita.

Rebuzna el asno sediento,
el toro y la vaca mugen,
relincha el potro contento
y todas las fieras rugen.

Ya casi finalizaban las vacaciones y estábamos tostaditos de tanto sol y viento y rebosantes de amor y de paz. Amor por la naturaleza y por nuestros semejantes y paz por la inmensa tranquilidad de espíritu que tanto el mar como las montañas y la sabana transmiten, con su impresionante grandiosidad. Y Vivaracho aprendió muchas cosas importantes para su formación. Entre ellas, a valorar el principio de la libertad como la de aquellos pájaros que en el campo conocimos:

LOS PÁJAROS

Los pájaros  son
vida  y  alegría,
son el  corazón
de  mil  sinfonías.

Vivir en el campo,
¡qué inmenso placer!;
y escuchar sus cantos,
al amanecer.

Sin igual gorjeo,
que el  aire  engalana,
y arrulla a Morfeo,
en cada mañana.

De soberbias plumas,
mil trinos combinan;
cantares de cuna,
mágica sordina.

Lluvia de colores,
arco iris de tul,
concierto de amores
bajo el  cielo  azul.

Fantásticos trinos,
regia melodía,
arpegios divinos,
¡perfecta armonía!

El último día de vacaciones, visitamos la hacienda de unos amigos, donde habían muchos pájaros enjaulados; y Vivaracho, al momento de despedirnos y sin decir palabras, les entregó una hoja de papel donde había escrito el siguiente poema, que había escrito la noche anterior:

RECIPROCIDAD

Preso estaba un pajarito,
quieto y mudo su trinar;
y contemplaba a un niñito,
en su inquieto retozar.

Y díjole el pajarito,
con tristeza en el hablar,
“quién fuera como tu, niño,
que libre puedes jugar”.

Y escuchóle el muchachito
y abrióle en un momentito,
la jaula de par en par.

Y al volar, el pajarito,
le regaló a aquel niñito,
la magia de su cantar.

Después de leer el poema, la esposa del dueño de la hacienda se acercó a Vivaracho, toda emocionada: lo abrazó, le dio un beso de la frente y le dijo:

- Hemos entendido tu mensaje Vivaracho. Te prometo que mañana, a primera hora. liberaremos a todos los pajaritos que tenemos enjaulados.

Vivaracho, contentísimo le dio las gracias a nuestra amiga y emprendimos el viaje de regreso. Al llegar a casa, nos dedicamos a limpiarla y a acondicionar el jardín, ¡cuántas hojas habían caído en nuestra ausencia! ¡Y, por cada hoja caída, cuántas cosas aprendidas!

Caen las hojas,  ¡cómo caen!;
hojas secas,  :cuántas hay!

Es del frío,  que rehuyen;
y en el suelo, se reúnen.

Y se abrazan, con amor;
pues, así, se dan calor.

Caen las hojas, cómo caen!;
hojas secas, ¡cuántas hay!

Después de haber terminado la limpieza de la casa, hicimos los preparativos para el inicio de clases, poniéndolo todo en orden.
Vivaracho estaba ansioso, esperando e! momento de volver a la escuela para contarle todo a sus compañeritos y compartir con ellos todas las experiencias vividas durante las vacaciones.

VUELTA  A  CLASES

Cual  inquietas  mariposas
que a la luz directo van,
a la escuela los niñitos
del país volviendo están.

Saludan a sus maestros
y se sientan a estudiar.
¡Son los astros del futuro.
que mañana han de brillar!

Y pasaron los meses rápidamente y llegaron !as navidades. Y. desde principios de diciembre preparamos nuestro árbol de navidad con una rama seca y nos divertimos muchísimo colocándole luces y figuritas.

Una noche, encontré al pie del arbolito la cartica que Vivaracho le había escrito al Niño  Jesús. Era  una  carta  muy  bella,  de  una  ternura  increíble, llena de  sentimientos  y  de nobleza; y, mientras la leía, las lágrimas corrían incontenibles por mi rostro, tanta era la emoción que ella transmitía. La carta decía así:

Querido Niño Jesús:
Es la primera vez que te escribo: y lo hago, no para pedirte algo para mí, pues ya me has dado en este año mucho más de lo que hubiera soñado:
Me diste la inmensa alegría de tener un padre y eso para mí vale más que todos los juguetes del mundo. Te escribo, para pedirte dos cosas: una, que le proporciones larga vida a mi papá-padrino. El es muy bueno y quisiera que lo protegieras y lo cuidaras para que nada malo le suceda, porque tu no te imaginas la tristeza y la angustia que uno siente cuando no tiene papá y no quisiera pasar por eso nuevamente.

       La otra cosa que quiero pedirte es que permitas que mis
       padres muertos sean tan felices  allá en  el cielo como  
       yo  lo estoy siendo aquí en la tierra, Y quiero que les digas, 
       que a pesar de lo dichoso que ahora soy,  jamás me 
       olvidaré de ellos; y le dices también a mi mamá, que yo 
       rezo por ella todas las noches, tal como ella me !o enseñó; 
       y le dices que aún conservo aquella cadenita de plata que 
       ella colocó en mi cuello cuando era pequeñito; y que estoy
       estudiando mucho, para hacerme un hombre de bien, como
       ella siempre me lo pedía.


       Niño Jesús, al pie del árbol de navidad te dejo una carpeta
       con todas las tareas que hice durante el año.  Quiero que se 
       la enseñes a mi mamá porque sé que eso la va a alegrar
       muchísimo. Tanto que ella quería que yo estudiara y no puede
       estar conmigo para verme. Niño Jesús, si tu pudieras traerla, 
       así sea por un momentico a  mi  lado, o llevarme donde está 
       ella aunque sea para darle un beso, ¡cómo te lo agradecería!

       Querido Niño, le llevas también a mi mamá, el turroncito de 
       coco que está sobre la carpeta para que vea que no me he
       olvidado de su dulce preferido.

       Y a propósito: ¿no te gustaría comer la más deliciosa torta 
      de chocolate del mundo? Pues dile a mi mamá que te prepare
      allá en el cielo, una igual a la que me hizo el día que cumplí 
      cuatro añitos. Te garantizo que hasta los deditos te vas a chu-
      par. ¡Ella es la mejor cocinera del mundo!

      Niño Jesús, ya tengo que despedirme porque casi es media-
      noche y a mi papá no le gusta que me acueste tan tarde. 
      A lo mejor el próximo año te pido algún juguete y no me 
      importaría mucho si no pudieras traérmelo, pero en este 
      año compláceme en lo que te pido, por favor. Te quiere,

Vivaracho

Cierta noche de diciembre. Vivaracho me dijo que había leído en el libro que le regalé, un poema que lo entristeció mucho, que se titulaba “El próximo año será”:

EL   PROXIMO  AÑO  SERÁ

Ocho navidades lleva,
el hijito de Julieta,
esperando que le traiga,
“el niño”, una bicicleta.

Cuando en la calle ve alguna,
alza los ojos al cielo;
y musita con ternura,
“como esa es la que yo quiero”.

Apenas diciembre empieza,
con el mayor optimismo.
escribe al “niño” su carta,
pidiendo siempre lo mismo.

Cuando el veinticuatro llega,
 se duerme en cuanto anochece;
nada ha comido en la cena,
pero su faz resplandece.

En su carita tiznada,
brilla la luz de una estrella;
su bicicleta anhelada,
está  soñando  con  ella.

Despierta al amanecer,
mirando hacia todos lados;
y el llanto empieza a correr,
por su rostro demacrado.

Su angustia no tiene nombre,
pero tiene que callar;
su madre dice que el hombre,
no debe nunca llorar.

Y así como todo el año,
a la calle debe ir;
a su quehacer cotidiano,
procurando sonreír.


Y se mezcla entre la gente,
tratando de no mirar,
a los niños con juguetes
que a su paso ha de encontrar.

Y en su inocencia bendita,
todavía se dirá:
“No recibió mi cartita,
el próximo año será”.


Y Vivaracho me preguntó hondamente conmovido, por qué el Niño Jesús no le llevaba regalos a todos los niños.
 Y yo le respondí que había niños muy pobres,  para quienes no  alcanzaban  los  juguetes   que  el  Niño  Jesús  traía.  Pero  él  replicó a  su  vez,  que  “EL  Niño”  debería  repartir  los  regalos, comenzando por  los  niños  más  pobres  y  necesitados;  y  yo no  supe  qué  responderle,  y dije,  para cambiar de tema:

 -  ¿Sabes  Vivaracho? No  solo  el  Niño  Jesús  trae  regalos  en  Navidad,  también  San  Nicolás  lo  hace.  ¿Quieres  que  re  cuente  el  cuento   de  cómo   nació   San  Nicolás?

y  la   carita   de  Vivaracho  enseguida  se  animó  y   sentándose   a  mi  lado   me  pidió   que   no  lo   hiciera   esperar   el  cuento   dice  así:

Hubo una vez un señor llamado Nicolás que tenía un corazón muy  noble y que  sentía un cariño muy especial por los niños. Nicolás, a quien todos llamaban Don Nicolás tenía un empleo y del sueldo que devengaba, apartaba una cierta cantidad para dedicarla a la compra de juguetes para los niños buenos de su pueblo. Pero a pesar de que cada vez aportaba una mayor porción del sueldo y de que apenas le quedaba lo suficiente para vivir, siempre se quedaban algunos niños sin juguetes; porque el dinero no alcanzaba para satisfacerlos a todos. Esto ponía muy triste a Don Nicolás, pues aunque él no tenía hilos, consideraba como tales a todos los niños del pueblo.

Una vez, caminando por las montañas. Don Nicolás fue sorprendido por una tormenta y tuvo que refugiarse en la primera cueva que encontró a su paso. Ya en el interior, observó que una manada de lobos también buscaba guarecerse de la tormenta en la misma cueva. Lleno de temor, huyó hacia el fondo de la gruta a fin de que los lobos no notaran su presencia. Buscaba otra vía para salir de allí cuando de pronto quedó maravillado con lo que veía. Ante sus ojos se encontraba una especie de bóveda, cuyas paredes estaban completamente cubiertas de oro. Rebosante de contento, Don Nicolás esperó hasta que los lobos se marcharon y corrió al pueblo a comunicarles a todos la buena noticia.

Con las ganancias que obtenía de la explotación de la mina, Don Nicolás se dedicó durante muchos años a alegrar la vida de los niños de toda la comarca, llevándoles en la navidad sus juguetes preferidos. Pero los mejores juguetes los reservaba para aquellos niños que habían obtenido las más altas calificaciones en la escuela y para aquellos que observaban un buen comportamiento durante el año.

En una de sus visitas a la mina Don Nicolás se percató de que el oro se había agotado. Esto lo llenó de una profunda tristeza; porque si no había oro, ya no podría seguir complaciendo a sus queridos niños. Llorando su desgracia se tendió en el suelo de la cueva, cuando de repente escuchó una voz extrañamente dulce que le decía:

- Nicolás, tu has sido muy bueno con los niños de esta región y ha llegado la hora de recompensarte. Quiero que me acompañes al cielo para que te encargues de nuestra fábrica de juguetes y así podrás, cada año, llevar  un regalo  a todos los niños buenos del mundo.

Radiante de felicidad, Don Nicolás bajó de la montaña y se dirigió directamente a su casa. A la mañana siguiente, los vecinos del pueblo lo encontraron dormido para siempre. Se habían cumplido los designios del  Señor.

Al saberse la noticia de la muerte de Don Nicolás, todos los niños de la comarca vinieron, muy tristes, a darle el último adiós. Cada niño traía en sus manos un manojo de flores, para depositario en la tumba de su amigo.

Cuando el alma de Don Nicolás subía al cielo, sucedió un extraño fenómeno. Todas las flores que trajeron los niños subieron también al cielo y semejaban cintas multicolores, el pueblo asombrado bautizó el fenómeno como el “arco iris de Don Nicolás”.

Desde entonces, cada vez que aparece el arco iris, la gente del pueblo sabe que  Don Nicolás está contemplando nuevamente las flores que le llevaron los niños de su pueblo.

Al llegar al cielo, Don Nicolás se encargó inmediatamente de la fábrica  de juguetes y fue tal el empeño que puso en la tarea de producirlos y en llevar alegría a todos los niños de la tierra que comenzó a engordar, producto de los nervios y de la preocupación; y muy pronto empezó a crecerle una larga y sedosa barba, que al igual que su cabello se tornó blanco como la nieve.

Los demás habitantes del cielo enseguida le tornaron gran cariño a Don Nicolás; y comenzaron a llamarle “San”, en lugar de “Don”, pues él había demostrado ser tan piadoso y bondadoso como los demás santos. Antes de realizar su primer viaje, entre todos le regalaron un enorme trineo: para que pudiera transportar a La tierra la gran cantidad de juguetes que la fábrica había producido.

Desde entonces. San Nicolás no ha dejado de viajar ningún año, para traer a sus queridos niños, sobre todo a los que  son buenos y obedientes, los bonitos juguetes que la fábrica produce.

- ¡Qué cuento más bonito, padrino! ¡Cuéntame otro!
- No, Vivaracho, ya es tarde.
- Anda, padrino, uno solito.
- Está bien, pero uno nada más. Te contaré el cuento de Guaicariño:

Guaicariño era un indiecito que vino al mundo en la época de la conquista. Eran tiempos de avatares y de angustias para la población indígena, la cual se veía obligada a huir de un lado a otro, por el continuo hostigamiento de los conquistadores españoles.

Guaicariño, que amaba entrañablemente a la naturaleza, no entendía muy bien por qué su gente vivía en esa zozobra permanente. Cada vez que debían huir de un sitio, él se preguntaba:
- ¿Por qué tener que irnos si aquí abundar la caza y peces para la pesca? ¿Por qué no haber paz entre indios y blancos, si aquí sobrar espacio para todos vivir?

La situación de inseguridad en que vivían y el amor que sentía por los bosques, ríos y montañas; hacían que apenas se instalaban en un lugar, Guaicariño saliera a explorar los alrededores. Disfrutaba de las aguas de los ríos, pescaba, cazaba y cocinaba en el bosque su propia comida; conocía el sabor de todos los frutos silvestres; y admiraba las grandes montañas y se preguntaba si subiendo a ellas podría tocar el cielo con sus manos. A veces se quedaba dormido contemplando las estrellas y escuchando los miles de ruidos de la selva, tratando de identificar cada uno de ellos.

Un día, al regresar del bosque donde había ido a cazar, Guaicariño se detuvo, consternado por lo que veía. El campamento de los suyos había sido abandonado. Su gente había tenido que huir una vez más, ante e! peligro que representaban los españoles. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero inmediatamente se repuso. Tenía que ser fuerte. Sus padres le habían enseñado a sobreponerse al miedo. ¡Tenía que sobrevivir para encontrar a los suyos!

Desde entonces, Guaicariño se dedicó a caminar por los bosques, llanuras y montañas, con la firme determinación de encontrar a su gente. En sus andanzas, había descubierto un lugar maravilloso para vivir. Era el valle más verde que hubiera visto en su vida. Todo allí era esplendoroso, los pájaros entonaban las más bellas melodías, la caza era abundante; y había ríos de aguas cristalinas y lagos que semejaban pedacitos de cielo. ¡Si su pueblo pudiera asentarse en este lugar, no lo abandonaría jamás!

Guaicariño decidió  vivir  en  aquel  valle y  salía  a  explorar durante días y noches  en busca de los suyos, pero siempre regresaba a lo que el llamaba el valle de sus sueños.

Cierta vez que salía del mismo, advirtió con horror que una patrulla de españoles había acampado cerca de allí. Su primer impulso fue el de abandonar su campamento, pero luego recapacitó,  ¡no  huiría  más!  ¡Nada ni nadie en el mundo lo  obligará a dejar el  valle de sus sueños! 

Regresó a la cueva que le servía de refugio y entonces recordó que una manada de tigres anduvo merodeando por los alrededores la tarde anterior. Tomó su arco y sus flechas y se dispuso a ir de cacería, con tan buena suerte que enseguida logró cazar un venado de muy buen tamaño.

Lo arrastró como pudo hasta la cueva y procedió a quitarle la piel y a descuartizar al animal. Una vez hecho esto, tomó un gran trozo de carne y lo colocó al pie de la montaña con la intención de atraer a la manada de tigres. Comenzó a vigilar y muy pronto vio cómo los tigres se abalanzaban sobre el pedazo de carne, peleándose por él. Tomó entonces la piel del venado, se la colocó encima a manera de disfraz, se amarró a la cintura otro pedazo de carne y emprendió veloz carrera, pasando cerca de los tigres, rumbo al campamento de los españoles.

Los tigres seguramente pensaron: “¡qué venado tan extraño!’; pero al olfatear la carne fresca, empezaron a perseguir al supuesto venado. Guaicariño sentía a los tigres correr tras él e imprimió mayor velocidad a su carrera. Al llegar al campamento español,   se quitó con rapidez la piel de venado y la lanzó, junto con el trozo de carne, en medio de los asombrados españoles, quienes huyeron despavoridos al ver aquella manada de tigres hambrientos que se les venía encima.

Guaicariño se desternillaba de la risa al ver cómo corrían los españoles por el valle, cuando sintió  el ruido de gente que corría hacia él. Lleno de terror iba a emprender la huida, cuando se percató de que eran guerreros indígenas los que se acercaban. Formaban parte de una patrulla que se encontraba al acecho de los españoles, esperando el momento preciso para atacarlos y cuyos integrantes presenciaron admirados cómo Guaicariño, sin ayuda de nadie, los hizo huir de 1a región.

Lo felicitaron todos por su astucia y su valor y colocaron sobre su cabeza el penacho de plumas que identifica al más valiente guerrero indígena.

Muy contento, Guaicariño  los invitó a su cueva y comieron el resto del venado que había cazado y que había servido para ahuyentar a los españoles. Durante la comida, Guaicariño les contó sus desventuras y, con sorpresa, vio cómo los indios empezaron a despojarse de sus penachos y a lavarse las caras; y. entonces, la emoción más grande se  adueñó del corazón de Guacariño. Eran indígenas de su propia tribu a quienes no había reconocido por la pintura de sus rostros y por los grandes penachos de  plumas que portaban.

Los indígenas, por su parte, tampoco lo habían reconocido a él; porque durante el tiempo que había pasado, Guaicariño había dejado de ser un niño, se había convertido en un fuerte y robusto mocetón.  Guaicariño preguntó entonces por sus padres y le respondieron que todos vivían al otro lado de las montañas, y añadieron con tristeza:

-Pero pronto no seguir allí. La caza acabar, la pesca acabar y nosotros pronto morir de hambre.

Entonces Guaicariño, recordando al valle de sus sueños, los condujo a través de la cueva a la entrada del mismo. Los indios quedaron maravillados ante el hermoso espectáculo que se ofrecía a sus ojos: ¡la más Inmensa  variedad de frutos silvestres,     la caza más variada y apetecida: venados, báquiros, conejos y lapas, bebiendo en un inmenso lago con un imponente torrente de agua que caía desde la montaña.

Muy alegres, salieron bien temprano en busca de los demás integrantes de la tribu. Los padres de Guaicariño lloraron de emoción, por haber recuperado a su hijo y toda la población supo de las hazañas de Guaicariño, quien desde entonces vivió  feliz, rodeado del respeto y de la admiración de todos.  A la muerte del cacique, ocurrida tiempo después, la tribu lo eligió por unanimidad como su sucesor.Y el Gran Cacique Guaicariño supo conducir a su pueblo por los senderos del bienestar y del progreso.

Jamás los españoles regresaron por aquellos lugares, porque ellos habían bautizado al sitio como “El valle de los tigres hambrientos”, mientras que para los indígenas fue para siempre “El valle de Guaicariño”.

Y así fue pasando el tiempo y Vivaracho fue creciendo. A los doce años aprobó el sexto grado con honores. Cierta tarde que regresaba del liceo donde lo había inscrito para que cursara sus estudios de educación secundaria llegó alborotadísimo a la casa, gritándome desde el jardín:

-Padrino!, ¡padrino!...

- ¿Qué sucede, Vivaracho?- Le respondí, visiblemente alarmado.

- Padrino, te tengo una sorpresa. Hace algún tiempo escribí un cuento para un concurso en el periódico de la ciudad y acaban de llamar al liceo para comunicarme que había ganado el primer premio; y el Director organizó un acto en el teatro del liceo, para que yo leyera el cuento esta noche.

- Bueno. Vivaracho. La verdad es que me has dejado sorprendido. Te felicito por tu iniciativa,  pero dime ¿cuál es ese cuento?

- El cuento lo titulé “El Milagro del Cardenal”. ¿Quieres que te lo lea, padrino?

- ¡Por supuesto, Vivaracho, no me hagas esperar!

- Bueno, padrino, el cuento dice así:

Allá, en el despertar de la vida, cuando Dios Todopoderoso creó los cielos y la tierra y todo lo que en ella habita: ocurrió que en el quinto día de la génesis del mundo, decidió el Omnipotente crear todas las aves que surcarían los vastos espacios terrenales.


Ese día, en una inmensa llanura trastocada en gigantesco taller del más grande y magnífico artesano del universo, se encontraban esparcidas por doquier, las correspondientes representaciones en arcilla, de la inmensa variedad de especies aladas hoy conocidas.

Una a una, con infinita paciencia, las iba tomando el Creador y. con el soplo maravilloso de su aliento, las dotaba de vida y les asignaba los nombres y los colores respectivos.

La última de las aves en recibir el don de la vida, fue un bellísimo y delicado pajarito. El Señor lo tomó en sus manos, en un santiamén le insufló  el  halito  vital,  y le dijo:

- Seréis el cardenal, podéis ir en paz.

Tan pronto se echó a volar el cardenal, el Todopoderoso se percató de que no le había asignado color alguno al pajarito. Quiso llamarlo, pero el ave ya se había perdido en lontananza con su elegante y cadencioso vuelo.

- Ya regresará — Se dijo Dios — Será mejor que me dé prisa, porque hoy mismo debo crear, también, los peces y los animales que vivirán en el mar.

Pero el cardenalito no regresó. El pobre, inocente de su desgracia, contemplaba admirado todo lo que el Señor había creado: las Montañas, las flores, los ríos... y se quedaba extasiado ante el multicolor encanto de las demás aves que formaban el melodioso y fascinante mundo de los pájaros.

Una vez, movido por la nunca antes satisfecha curiosidad de contemplar el color de su propio plumaje, se acercó a un cristalino manantial; y allí, en el prístimo espejo de agua, pudo constatar, horrorizado, la tristísima verdad de su vida: ¡su pluma no tenía color alguno!.

Bueno, en honor a la verdad, no era que no tenía ningún  color. Era que su plumaje conservaba el color original de la oscura arcilla con que fue creado que, para el cariacontecido pajarito, era casi como decir total ausencia de color.

Un indescifrable sentimiento, mezcla de angustia, dolor y decepción, inundó el alma sensible del cardenalito. Comenzó a imaginar que las demás aves rehuían su presencia porque se avergonzaban de su incolora pluma y eso hizo que se convirtiera once a poco en un ser amargado y solitario.

Pero para ser sinceros, a las demás aves el cardenal no les inspiraba vergüenza alguna. Sólo sentían pena y lástima por él, pues estaban totalmente convencidos de que su ausencia de color se debía a algún castigo impuesto por el Creador. Y como justo y sabio era el Señor, seguro — decían — que lo tenía bien merecido.

A nadie nunca se le ocurrió pensar que la desdicha del cardenal era producto de un descuido del Creador. Pero como los designios del Señor son insondables e infinitos, con el transcurrir del tiempo, sería el propio  hijo de Dios quien pondría fin a la tragedia del cardenalito.

Pasaron siglos y siglos, y ya el pobre pajarito lo había intentado todo: se zambullía en el agua del mar, tratando de impregnarse de su azul embrujo; se revolcaba en la inmaculada nieve, con la ilusión de adquirir su blanquísimo fulgor; se dormía desde muy temprano en los floridos araguaneyes, con la esperanza de contagiarse del refulgente amarillo de sus flores. Pero todo era inútil, su amargura y su frustración iban cada vez más en aumento.

Cierto día, en su volar melancólico y solitario, llegó hasta una alejada región y contempló horrorizado como muchos soldados, ante la euforia de una muchedumbre, clavaban en una cruz a un hombre barbudo y de dulcísima expresión; y le colocaban, además, una corona de espinas en su cabeza.

Consternado e incrédulo, observó cómo ninguno de los que presenciaban el cruel e inhumano espectáculo hacía nada para impedirlo. Por el contrario, eran  muchos  los  que  se  reían y  mofaban  del  hombre crucificado que, como ya habrán adivinado, no era otro que Jesús de Nazaret, el hijo de Dios.

Y el dolor de Cristo conmovió de tal manera al cardenalito que sin medir las consecuencias voló resueltamente hasta posarse en el hombro del crucificado y pudo constatar con sumo horror cómo una de  las  espinas laceraba inmisericorde la sien derecha de aquel pobre

hombre. Como pudo, el pajarito hizo esfuerzos inauditos para removerla pero la espina se hallaba fuertemente incrustada en la carne macerada de aquel infeliz. Al fin, ya casi a punto de  desfallecer y reuniendo  fuerzas que ni siquiera sospechara que pudiera tener logró  remover y arrancar la negra y lacerante espina.

Un inaudible suspiro de alivio brotó de los labios agrietados del moribundo, un esbozo de agradecida sonrisa se dibujó en su rostro demacrado y la más dulce mirada que el cardenalito hubiera contemplado jamás, se reflejó en sus ojos de cielo.

Y justo en ese instante, ocurrió un suceso increíble, inexplicable y maravilloso. De la abierta herida dejada por aquella espina, saltó un chorro de la sangre divina que cayó íntegramente sobre el pequeño cuerpo del asombrado pajarito, cuyo plumaje absorbió, como por encanto milagroso, el rojo escarlata de aquella preciosa sangre.

Con una emoción imposible de describir, el cardenal se miró el hermosísimo plumaje carmesí y con los ojos totalmente humedecidos por la gratitud, emitió de pronto el más bello canto de amor que jamás haya salido de pájaro alguno sobre la faz de la tierra

Finalmente, el cardenalito escuchó emocionado y agradecido como Jesús, inundándolo de luz con sus divinas  pupilas, le dijo muy dulcemente.

- Podéis ir en paz...
Y, entonces, como si una fuerza infinitamente superior a la suya lo impulsara, el cardenalito voló y voló hasta que el reflejo de su rojo plumaje se perdió en el repentinamente oscurecido cielo.

Y en ese momento Jesús expiró, con un rictus de melancolía pero satisfecha sonrisa en  los  labios.
  

- ¡Qué cuento tan bello, Vivaracho! Con razón te dieron el primer premio. Estoy  seguro   que  en  el  acto  de  esta  noche todos estarán de acuerdo conmigo y habrá  una lluvia de felicitaciones para ti, muy bien merecidas. Ahora. apresurémonos a vestirnos si no queremos llegar tarde.

El acto fue todo un éxito. Vivaracho leyó el cuento premiado y, efectivamente todos estuvieron de acuerdo en que el cuento verdaderamente se merecía el  premio. Las autoridades del periódico se hicieron presentes para entregarle el premio a Vivaracho, el cual consistía en una computadora y una medalla de oro. Pero cuando le fueron a  colocar  la  medalla,  él  pidió  la  palabra  y  dijo:
- Esta medalla se 1a merece más que yo, la  persona  más  maravillosa  del mundo, que está presente en esta sala. Todo cuanto sé se lo debo a él, a sus cuidados y a su bondad. Esa persona es mi papá y pido que suba al escenario, para colocarle yo mismo su medalla.

Mientras Vivaracho hablaba, yo sentía que mi corazón palpitaba alocadamente en  mi  pecho  e  hice  desesperados  esfuerzos  para  que   las  lágrimas  no  se  asomaran a  mis ojos. Al fin, viendo que las miradas de todos los presentes estaban clavadas en mí, me levanté como pude sintiendo que mis piernas estaban a punto de flaquear. Subí al escenario y sin poder contener más mis  lágrimas estreché contra mi corazón a aquel hijo que en  tan  magnifica hora  Dios  me  había  regalado. Y así  estuvimos  largo rato abrazados, hasta que nuestros corazones se hubieron calmado; fue entonces cuando pude percatarme  de  que  todavía  la  gente  continuaba  de  pié,  aplaudiéndonos,  y Vivaracho  colocó  rápidamente  en  mi  cuello  la  medalla  que  tan  merecidamente él  había  recibido. La verdad  es  que ese momento nunca lo olvidaré mientras viva.

Y los meses continuaron  sucediéndose, hasta que una tarde en que  Vivaracho  había salido al parque a jugar béisbol con sus amigos se apareció en nuestra casa  un señor que dijo ser el padre legítimo de Vivaracho.

Al  oírle,  el  corazón   un  brinco  irregular   me  dio   y  un  nudo   en  mi  garganta  se  formó,  y pensé  con  un  dolor   infinito:  “se  acabó  mi   felicidad.  Me  van  a  quitar  a  Vivaracho”.  Y  negros   presagios   se  agolparon   en  mi  mente,  y  por  un  segundo,   atisbé  la  imagen   de  mi   propia  muerte.

Y  aquel  señor,  que  acusaba  huellas  de  sufrimiento   en  su  rostro   maltratado,   se  dirigió  a  mí   en  los  siguientes  términos:

- Vine  a  agradecerle  personalmente  los  cuidados  y  atenciones  que  le   ha  brindado  a  mi  hijo. 

Yo   nunca  pude   encargarme   debidamente  de  él,  porque   quiso   la  fatalidad  que   estuviera  muchos  años  preso,  lejos  de  aquí,  por   un   delito  que no  cometí.  Y  mi  pobre  esposa,  la  madre  de  Vivaracho,  a  quien  amé  muchísimo,  del  pesar se murió;  pues,   como  jamás   regresé   a  su  lado,  creyó   con  razón   que   los  había   abandonado   para  siempre.  Ahora  Vivaracho   me   cree  muerto  y  quiero   que  siga  siendo   así,   para  que   al  menos  guarde   un  buen   recuerdo   de  mí,  y  así   pueda  yo,   en  mi   amarga  soledad,  tener  el  consuelo   de  pensar   que  mi  hijo,  al  que   quiero   más  que  a  mi  propia  vida,  venera y  respeta  la  memoria  de  su  padre  muerto. 

Yo  pienso  irme   al  extranjero,  donde  me  ofrecen  un  empleo  y  donde   tal  vez  pueda  rehacer  mi  vida;  pero   vine  aquí   porque quería  decirle   estas  cosas   y  para  pedirle   un  gran  favor;  Adopte  a  Vivaracho   como  hijo.  Sé   que  va  a  ser  muy   difícil,  que  yo   regrese,  y  quiero  dejarlo  en  sus  manos,  porque   sé   que  con   usted  estará  debidamente  cuidado   y  protegido.

En  silencio,   estremecido   de  emoción,   abracé  a  aquel  señor  y  le  dije   estas  palabras,  salidas  de  lo  más  hondo de  mi  corazón:

- Usted  no  tiene   por  que   abandonar   a  Vivaracho.  El   tiene  derecho   a  saber   que   su    padre   vive   y    que  lo   quiere  mucho. 

Le  ofrezco  un  hogar   junto  a   nosotros   y  así  podrá  proporcionarle   a  su  hijo  la  alegría   de  tenerlo  junto   a  él,  no  solo  a  un  padre  sino  a  dos,  porque   los  dos   seremos   los  mejores   padres   para  Vivaracho,  y  nos   dedicaremos  en  cuerpo  y  alma   a  su  protección,  a  su   educación  y  a  hacer   de  él   un  hombre  de  bien.

Y  aquel   buen  hombre  otra  vez   me  abrazó,  llorando   nuevamente;  pero  eran lágrimas  de  infinita  alegría las que  ahora   vertía  su   atribulado  corazón.

Cuando   al  fin   la  emoción   le  permitió   hablar,  me  dijo:

- Será  como  usted   dice.  Le  agradezco   este  gesto   con  todo   mi  ser.   Se  ve  que  todavía  quedan  almas   caritativas  en  el  mundo.  Yo   dedicaré  mi  vida,  de  hoy   en  adelante,   a  no  defraudarlo.  Le  prometo   que  nunca   le  daré   motivos   para  arrepentirse  de  su  generosidad. Seré   el  mejor   padre  para  Vivaracho.  Y  a  usted   lo   honraré   y  respetaré   como   al  hermano   que  nunca  tuve  y  que  siempre   quise  tener.  Estoy   convencido  de  que  entre   los  dos  haremos  de  Vivaracho   el  niño   más  feliz  del  mundo.

Ya  con   esa  decisión  tomada,   nos  preparamos   para  darle  la  buena  nueva  a  Vivaracho.   Este,  con  los  ojos   muy  abiertos  por  el  asombro,  nos   escuchaba  con  total  incredulidad.  

De  pronto,   llorando   de  felicidad,   emprendió   veloz  carrera  hacia  su   padre  y  se   abrazó   fuertemente  a  su  cuello.  Los  sollozos  del  niño   hacían   temblar  inconteniblemente  su  delgado   cuerpecito,  y  así   se  mantuvo   durante  un  buen  rato.  Luego,  ya  calmado,  elevó   sus  grandes  y  negros  ojos  hacia  el  crucifijo  que  colgaba  en  la  pared,  y dijo:

Gracias  te  doy   por   no  haberme   olvidado,
nunca  en  ti,  la  fe  di  por  perdida;
hasta  ayer   ningún  padre  tenía
y  en  mi  pecho   había  angustia  no  más;
y  hoy  dos  padres  has  puesto   en  mi  vida,
que   me  quieren   los  dos  por  demás.
Ahora  pido   señor,  de  rodillas,
                              que  ninguno   se  vaya  jamás.


Y  ambos,   conmovidos  hasta  lo  más  hondo,  nos  abrazamos   a  Vivaracho  con nuestros   corazones  rebosantes  de  amor  y  de  ternura.   Y  yo   tuve   la  certeza  en  ese  instante,   de  que   comenzaba   para  nosotros   un  larguísimo   período  de  dicha  y  de  felicidad.

Y  Vivaracho  vivió  feliz  toda  su  vida  a  nuestro  lado,  se  hizo   hombre  de  bien,  y   de  la  universidad  graduado,  con  una  mujer   buena  y  linda  se  ha  casado,  y   este  cuento,  y  este  cuento,  y  este   cuento,   se  ha  acabado.






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