Hubo una vez una niña muy bonita que se pasaba todo el tiempo jugando
con sus muñecas: las vestía, conversaba con ellas, las dormía y luego, las
acostaba. Era tal la concentración que la niña ponía en su tarea., que a
menudo, su madre tenía que llamarla varias veces para que lograra escucharla y
entonces le decía:
- Hija mía, vuelve a la realidad, que parece que vivieras en
otro mundo.
Y no le faltaba razón a la madre, pues era cierto que la niña
vivía sumergida en el mundo maravilloso de la imaginación y de la fantasía. De
noche soñaba que era una estrella que se había caído del cielo y muchas veces
se acostaba en un banco del jardín, de cara al firmamento, para contemplar cómo
todas las demás estrellas se reunían para mirarla a ella: la estrellita que una
vez se cayó de lo alto. Y así se quedaba dormida, hasta que sus padres la
llevaban en brazos hasta su cama, donde la acostaban al lado de sus queridas
muñecas.
Y, así la niña fue creciendo, imaginativa y candorosa. Y
ayudaba a su madre en los quehaceres de la casa, cuando regresaba de la
escuela; pero cuando terminaba sus tareas, corría a su habitación a conversar
con sus muñecas y pasaba horas enteras sin percatarse de que el tiempo pasaba.
Cierta vez, que la niña había ido al pueblo a hacerle unas
compras a su mamá, sucedió que un joven hombre, admirado de su belleza, a su paso comentó en voz alta:
¡Qué mujercita tan bella!, ¡quién pudiera conquistar su corazón
y regalarle una estrella!
La niña, inocente, miró a su alrededor para ver quien era la
mujer que merecía tal elogio y extrañada vio que allí no había nadie más que
ella, Alzó la vista, curiosa, hacia el joven y, sorprendida, se percató que
éste la miraba fijamente y sonriendo repitió:
- ¡Qué mujercita más bella!
El corazón de la niña se aceleró corno un caballo desbocado, se
ruborizó de los pies a la cabeza y, toda confundida, se alejó casi corriendo.
Llegó a su casa y, sin decir palabra
alguna, se encerró en su habitación y, ante el espejo, comprobó que,
efectivamente, el tiempo la había convertido en una preciosa jovencita. ¡Ya no era
una niñita!, ¡Ya casi era una mujer! Y dos gruesas lágrimas corrieron por sus
mejillas. Las enjugó rápidamente y, siempre en silencio, recogió una a una todas sus muñecas y las guardó, bajo llaves, en el fondo de su maletero. Había
que prepararse ahora para enfrentar ese otro mundo, en el que vivía desde hacía
quince años, sin conocerlo, El mundo real que se imponía sobre su mundo de
ficción.
Jesús Núñez León.
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