José era un huerfanito de once años, que vivía en casa de una
vieja tan pobre como malvada, a quien el niño llamaba acertadamente Malosa;
porque, además de los maltratos y regaños que por cualquier motivo le prodigaba,
lo obligaba a ejercer en su provecho el oficio de limpiabotas, con el fin de
que proporcionara el sustento necesario para la manutención del infeliz hogar
que ambos formaban.
Transcurría la época de navidad y José desde muy temprano se
instalaba en una de las plazas de la gran ciudad y comenzaba la larga jornada
de trabajo que le proveería del dinero suficiente para mantener medianamente
contenta a la siempre inconforme señora Malosa.
Pero José, como todo niño, guardaba en su pecho una ilusión, que
anhelaba ver satisfecha alguna vez: ¡que el niño Jesús le trajera una bicicleta
el día de navidad!
Todos los años, apenas comenzaba el mes de diciembre, José,
religiosamente le escribía su carta al niño, haciéndole siempre la misma
petición: Por favor niño Jesús, tráeme este año mi bicicleta”…
Y años tras año, el inocente veía rota su ilusión en mil
pedazos. Pero, valientemente se tragaba sus lágrimas, reconfortándose con la remota
esperanza de que el próximo año si vería satisfecho su sueño de contemplar el
amanecer del día de navidad con una linda bicicleta a su lado.
Una de las cosas que no lograba comprender el pobre niño era por
qué tanto al hijo del médico de su barrio como al hijo del portugués del abasto
de la esquina , el niño Jesús le había traído varias bicicletas a cada uno,
mientras que a él, que la necesitaba mucho más que ellos, el niño llevaba ya
años aplazándolo.
Recordó, que hace dos años intenté reunir en secreto el dinero
necesario para comprarla, pero la malvada Malosa lo descubrió y fue tal la paliza que le
propinó que no le quedaron más ganas de intentarlo de nuevo. Sin embargo, cada
vez que pasaba ante la tienda de bicicletas, al pobre niño se le humedecían sus
grandes ojos negros y elevaba una muda suplica al cielo implorando que al fin
este año se cumplieran sus deseos.
El 23 de diciembre de aquel año, José terminó sus labores como a
la 5 de la tarde. Estaba contento porque había ganado lo suficiente como para
comprar el pan de jamón que le había exigido la señora Malosa. Todavía en sus
oídos resonaban sus amenazadoras palabras de la mañana:
- ¡Aquí no te aparezcas sin mi pan de jamón..! Y José sabía que tenía
que comprárselo hoy, por que el día siguiente, era el 24, víspera de navidad; y no vendría a
trabajar, porque Malosa le había ordenado que le limpiara todo el rancho y le
arreglara la cerca del mismo.
Así que se dirigió a la mejor panadería de la ciudad y compró el
encargo de Malosa. Pero cuando iba a cancelar lo adquirido, sus ojos tropezaron
con unas apetitosas hallacas que estaban expuestas en el mostrador.
Inmediatamente consultó con su bolsillo y constató, con alegría, que tenía el
suficiente dinero para comprar una hallaca para él y otra para Malosa. Tendrían
una cena de navidad como no la habían
tenido nunca: ¡Hallacas y pan de jamón!
Rebosante de satisfacción salió de la panadería y, en la acera
de la misma, muy cerca de la entrada,
casi tropieza con un pordiosero, quien con voz entrecortada y lastimera le
suplicó:
- Hijo, dame algo para comer.
Y José, condoliéndose hasta lo más hondo de aquel pobre hombre,
sin pensarlo dos veces, puso en sus manos una de las hallacas, diciéndole:
- Feliz navidad, Señor...
El pordiosero recibió la hallaca con una sonrisa y su agradecida
mirada persiguió la diminuta figura de José hasta que éste se perdió calle
abajo.
El bondadoso niño iba diciéndose para sus adentros:
- Bueno, este año tampoco habrá cena de navidad para mí. Ese
señor la necesita mucho más que yo.
El 24 de diciembre, día de noche buena, José cumplió con todas
las exigencias de Malosa y tan pronto anocheció se acostó, sin cenar y rendido
de cansancio. Pero su faz resplandecía con la ilusión de que esa noche, al fin
vería satisfechos sus deseos: ¡El niño Jesús por fin se acordaría de él!
Pero dejemos un momento a José con sus felices sueños y
examinemos la extraña conducta del pordiosero. Después que recibió la hallaca
de manos del niño, se levantó de la acera donde estaba sentado y comenzó a
seguir a José hasta que este penetró al
rancho de Malosa.
Entonces, el pordiosero, que no era otro que el propio dueño de
la panadería, quien tenia por costumbre disfrazarse cada año con la intención
de recompensar a la persona que se mostrara más generosa con él, se dirigió a
la tienda más cercana para comprar el regalo que le haría al jovencito que tan
desprendidamente había puesto esa tarde una hallaca en sus manos, ¡José había
sido el elegido ese año para ser premiado por su extraordinaria generosidad!
El falso pordiosero, conduciendo el camión de la panadería se dirigió
esa noche buena al rancho de Malosa, estacionó el vehículo a cierta distancia
y, en silencio bajó el regalo de José.
Con extremadas precauciones logró penetrar a la ruinosa casucha
y, alumbrándose con una linterna, colocó con sumo cuidado el regalo al lado de
la destartalada camita del niño. Luego, satisfecho, se dirigió a su casa para
celebrar la navidad al lado de los suyos.
José, mientras tanto, dormía profundamente. Su carita medio
tiznada tenía una expresión plácida, confiada... ¡Seguramente el niño soñaba
con la bicicleta tanto tiempo anhelada!
Y José despertó al amanecer del día de navidad y su alegría
resultó indescriptible. Gruesas lágrimas
de felicidad rodaron por su rostro inocente. Allí, a su lado, se encontraba la
bicicleta más bonita que el niño hubiera contemplado jamás. ¡El Niño Jesús por
fin le había cumplido..!
Y José, que nunca había rezado porque no conocía oración alguna, dobló sus delgadas piernecitas y, de rodillas y en
silencio, elevó una plegaria de agradecimiento al cielo, salida de lo más
hondo de su cándido y bondadoso corazón.
Jesús Núñez León.
No hay comentarios:
Publicar un comentario