Hace años, muchísimos años, vivió un niñito llamado Ángel, quien
acostumbraba reírse de todos. Cada vez que Ángel veía a un cojo, o a un mocho o
a un ciego, se reía de él a mandíbula batiente, sin importarle herir los sentimientos de la persona objeto
de sus burlas y, por más que sus padres lo reprendían, Ángel no aprendía a
respetar a sus semejantes.
Un día apareció por el pueblo un señor con un bastón,
preguntando donde quedaba la casa del curandero. Al percatarse de que el señor
era ciego, inmediatamente Ángel se ofreció para conducirlo a la casa que
buscaba. Pero en lugar de dirigirse a la vivienda del curandero, se fue
derechito hacia el río y cuando llegó a la orilla le dijo al ciego:
- Pase adelante, señor, lo están esperando.
Y cuando el pobre ciego dio el paso siguiente ¡chupulumm!, cayó
en el río gritando, y a Ángel se le saltaban las lágrimas de tanto reír oyendo
sus gritos.
Los vecinos del pueblo ayudaron al ciego a salir del río, le
proporcionaron ropa seca y lo llevaron a casa del curandero a quien le contaron
lo sucedido.
El curandero, que resultó ser hermano del ciego, se propuso
castigar a Ángel e invocando sus poderes
mágicos dijo:
¡Oh gran mago de los cielos, pido como castigo a Ángel, por su
maldad, que cada vez que se ría de un semejante, su tamaño se reduzca a la
mitad!.
El curandero fue complacido en su petición y pronto Ángel
comenzó a notar, alarmado, que su cuerpo se empequeñecía cada día más, En una
semana se había convertido en la persona más pequeña del pueblo. ¡Cada día que
pasaba, su talla se reducía a la mitad de la que tenía el día anterior!. De
nada valieron remedios ni conjuros. Ángel cada día se volvía más pequeño.
Los padres de Ángel consultaron al curandero, le pidieron que se
condoliera de él y le expresaron su temor de que el niño pronto llegara a
desaparecer.
El curandero les respondió:
- Se cuanta es la aflicción de ustedes, pero el castigo de Ángel
no está en mis manos detenerlo.
El seguirá disminuyendo de tamaño cada vez que se burle de
alguien, pero nunca llegará a desaparecer porque todo tamaño, por muy pequeño
que sea, tiene su mitad, y esa mitad será siempre, el nuevo tamaño de Ángel.
- Pero el ya está arrepentido -replicaron los padres.
Para volver a su tamaño normal deberá demostrar que es
una buena persona, haciendo el bien a sus semejantes.
Dicho esto, el curandero se alejó y los padres corrieron a
comunicarle a Ángel lo que había dicho. Lo encontraron llorando dentro de la
cajita de alfileres donde lo habían metido. Se había empequeñecido tanto, que
su padres tenían miedo de dejarlo suelto, no fuera a suceder que alguien lo
pisara creyendo que era un insecto.
Enterado de las palabras del curandero, Ángel se hizo el firme
propósito de comenzar a hacer el bien, pero ¿cómo hacerlo, si apenas se aventuraba
a asomarse a la puerta, la fuerza de la brisa lo obligaba a buscar nuevamente
refugio dentro de la casa? iNunca podría salir a la calle nuevamente!
Llorando estaba de aflicción, cuando de pronto notó que alguien
le hacía señas desde afuera de la cajita plástica que le servía de alojamiento.
Era una abejita que se había extraviado de su colmena y que al enterarse de lo
sucedido a Ángel, se ofreció para llevarlo en hombros por todo el pueblo; pero
Ángel estaba tan chiquitico, que no alcanzaba a encaramarse en los hombros de
la abejita.
- Ay, -dijo- si pudiera ir contigo te ayudaría a encontrar tu
colmena.
Dicho esto, noto que su tamaño aumentó el doble, como por arte
de magia y recordó las palabras del curandero.
Lleno de alegría, se montó sobre la abejita y comenzaron a
pasear por el pueblo. De pronto observaron a un niñito que atravesaba la calle
sin percatarse de que una carreta venía a toda velocidad. Lo arrollaría
irremediablemente!. Angustiado, Ángel le pidió a la abejita que volara
rápidamente hasta el brazo del niño y que lo picara tan fuerte como pudiera. El
niño, al sentir la picada de la abeja en su brazo, se detuvo inmediatamente y
en ese momento la carreta pasó sin causarle ningún daño, ¡Se había salvado
gracias a Ángel!. De inmediato la abejita sintió que el cuerpo que llevaba
encima se ponía más pesado. ¡Angel había aumentado nuevamente de tamaño!
¡Pronto le sería imposible seguir cargando con él!
Ángel le propuso a la
abejita que buscaran la colmena, porque sus padres y hermanas debían estar muy preocupadas por ella. Una vez la
encontraron, todas las abejas se ofrecieron a ayudar a Ángel y se convirtieron,
así, en sus aliadas. Todos los días salían al pueblo a averiguar los problemas
de los vecinos y al regresar se los comunicaban a Ángel y éste buscaba entonces
la manera de ayudarlos a todos, Y cada vez que hacía una buena obra, se
duplicaba el tamaño de Ángel y en muy poco tiempo volvió a su tamaño normal.
Pero ya Ángel no era el mismo de antes. Se había acostumbrado a practicar la
caridad y ya no podría ser de otra manera. ¡Continuaría haciendo el bien a sus semejantes!.
La gente del pueblo, pronto comenzó a llamarlo “Angelito" y sus
padres y el curandero vivieron felices. Ellos por tener un hijo tan admirado por todos y
el curandero por haber contribuido a que un niño malvado se convirtiera en el
niño más servicial y bondadoso del pueblo.
Jesús Núñez León.
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